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Con un cuarto de entrada se han lidiado novillos de Daniel Ramos de distinto juego.
Manuel Fernández 'Mazzantini', silencio tras aviso en ambos
Javier de Prado, silencio y silencio tras dos avisos
Alejandro Fermín, vuelta y silencio tras dos avisos.
Foto archivo Vaya tardecita para cerrar el mes de agosto; entre el fuerte viento, la fuerte lluvia y la actuación de la terna, el festejo fue un auténtico petardo. Parafraseando a un popular anuncio publicitario actual; “permítanme que insista”, ya en uno de mis comentarios anteriores lo decía, creo que la empresa de la primera plaza del mundo, debe y es necesario que se plantee otro tipo de festejos, ya que tal como van las cosas, ni siquiera ese cuarto de aforo actual se va a producir, y no lo digo yo, sino que es el comentario general.
Hoy debutaba en esta plaza, una nueva ganadería con el hierro de Daniel Ramos, con procedencia Marqués de Domecq y Martelilla y que pastan a caballo entre las fincas “Les Ermites” (Castellón) y “Los Capuchos” (Teruel), bien presentada, bonita de hechuras, con sus kilos, sus pitones y que incluso fueron aplaudidos de salida los lidiados en 4º y el 6º, pero bajitos de casta y raza, dando así pocas facilidades a los diestros.
De los diestros encartelados, poco o casi nada hay que contar, ya que insulsa y desangelada fue su actuación; el que más o menos destacó fue el cacereño Alejandro Fermín que logró dar una vuelta al ruedo en el novillo tercero; sus otros compañeros pasaron por el ruedo venteño, totalmente desapercibidos. El cordobés Mazzantini, silencio y con avisos en su lote, otro tanto de lo mismo sucedió con el cacereño Javier de Prado. ¿Qué puedo contarles?, ¡quizás un cuento de los de Perroll!; porque lo que se refiere a los tres jóvenes novilleros, poco o mejor dicho nada hay que contar; quizás una entonada actuación de Alejandro Fermín, especialmente con la mano zocata y las manoletinas de epílogo que llegaron a los ya vacíos tendidos por culpa del fuerte aguacero y que el poco personal se refugió en los altos cubiertos; mató digamos que bien con una estocada entera algo desprendida pero que hizo pupa; hubo pañuelos pero no trofeo, contentándose con dar la vuelta al anillo. Sus compañeros se las vieron y se las desearon para despenar a sus oponentes, un verdadero calvario pasó Javier de Prado hasta conseguir entregar a su oponente al tiro de mulillas en el quinto del festejo. Y aquí termina el cuento, que nada tiene que ver con aquellos que nos contaban en nuestra niñez.
Pido perdón a mis queridos lectores, pero cuando no hay, no hay y los inventos para los sabios.
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