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Cada nuevo San Isidro es tener nuevas esperanzas; como cada tarde de toros. Quizá algunas nos hagan concebir más que otras, pero siempre, alguna expectativa surge.
No estamos empezando -desde luego- sino al contrario, estamos rozando la culminación de la feria. Antes del inicio sabemos de antemano que llegarán traspiés, jornadas prósperas, días con satisfacción y tardes de decepción. Pero acercarse al final también es un nuevo aliciente. La llegada de otros encastes, esa diversidad, es un refresco o hasta un premio tras la constancia durante tres semanas. No obstante, durante todo el mes, hacia los últimos días como desde el primero, nuestra más grande esperanza es la emoción.
Don Fernando Cuadri, como todos, llegaraa con gran ilusión a este San Isidro La corrida de Cuadri es de las que hacen alimentar la ilusión de poder ver al toro íntegro, poderoso, exigente, y con ello se tendrá admiración, respeto para el toro, para el torero y surja la emoción. Pero, no pasó. O lo que pasó es que nos hemos quedado con un palmo de narices y en ello un gran desencanto.
La revigorización que se supone traen consigo los últimos días no está llegando. Esa última bocanada que falta para llegar con cierto aliento hacia el final, está siendo más bien un trago amargo. Hoy, pensamos que el primero se desfondó tras un excesivo castigo, o mejor dicho, una suerte hecha con desproporción. Pero turno a turno, se mantuvo la constante. A los seis les faltó duración, que sin eufemismos es casta y bravura. La dosis de carbón del tercero fue menos que justa y luego, apuntó más hacia el genio que hacia la entrega.
Lo demás, una pena, un lamento grande. Y otro doloroso pinchazo a la ilusión.
*Foto: Muriel Feiner |
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