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Estamos tan acostumbrados a los toros bobones con que las figuras se pegan esos banquetes de orejas, indultos, rabos y triunfos históricos, y cuando salen toros a los que hay que torear y mandar, ya nos perdemos. Toros que no siguen la muleta, sino que la buscan, que no van y vienen, sino que embisten. Han tenido sus cosas, se han dolido en banderillas, han escarbado, pero pedían pelea y la buscaban. Con mucho que torear, pero con nobleza, así ha salido la corrida de Baltasar Ibán. Sin hechuras de búfalo, ni de rata escuchimizada. Ni mucho menos ha sido la corrida del siglo, pero sí una corrida de toros, que para los tiempos que corren y después de lo que llevamos de feria, ya es mucho pedir. Si alguno ha habido que hasta ha cumplido en el caballo. Vean que no estoy echando las campanas al vuelo, sería un ingenuo. Simplemente se ha visto una corrida de toros y ya nos damos por satisfechos. A lo largo de la feria se han visto hasta vueltas al ruedo a un toro, pero nada ha tenido que ver lo que han mostrado los ibanes. Ivan detrás de las telas queriendo cogerlas y cuando se daban la vuelta no parecían caniches detrás de la pelotita; como toros de lidia que eran, se quedaban enganchados en el engaño y cuando veían que este quedaba fuera de su alcance, se revolvían con ansia de tenerlo a mano de sus pitones.
No es lo mismo que un toro busque la muleta a que juegue con el trapito Igual si los señores de las medias rosas hubieran mostrado otra aptitud, es fácil que ahora estuviéramos hablando de triunfos legitimados por el toreo de verdad. Pero igual ya estaríamos abusando de nuestra suerte. Fernando Robleño, Serafín Marín y Luis Bolívar llegaban pensando en dar pases, y los han dado, pero no han toreado. Mil trapazos y ni un pase llevando toreados a los ibanes. Lidias nefastas, sin cuidar ni la colocación en el caballo, ni las distancias, ni el exceso de capotazos, ni mucho menos el plantarse con la muleta y llevarlos metidos en las telas. Fernando Robleño como si se estuviera peleando con unos barrabases imposibles y ahogando esas embestidas que le rebasaban. Serafín más pendiente de acumular pases de la manera que fueran, que de torear. Y Bolívar con unas prisas que no se llegaban a comprender, acelerado y, como sus compañeros, sin cuidar demasiado los terrenos. Para no equivocarse, decidieron recorrer todo el ruedo a base de trapazos y la verdad es que esa fue su mayor equivocación. Que si hubiera un decálogo del buen toreo, sin duda alguna, el segundo mandamiento sería: no trapacearás en vano. |
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