Si esto es una broma, ya se ha llegado demasiado lejos y hasta empieza a cansar y a no tener ninguna gracia. Que Madrid ha perdido el rumbo, no tiene ningún criterio y todo es un sin sentido a veces insultante, es algo que ya no se le escapa a nadie. Hasta parece que nos van llevando a la concesión de un rabo o al indulto de un animal, sea cual sea su condición. Igual el día de la Beneficencia es el más propicio. La obra del taurinismo, de los adoctrinamientos televisivos, de las quejas de las figuras, de sus mangoneos y fraudes al aficionado están llegando a la cima. Baste echar una mirada a lo ocurrido en la tarde de las figuras con una anovillada corrida de Alcurrucén, que por supuesto ha presentado todos los síntomas de la modernidad, de esa Tauromaquia 2.0 que ha devorado el toreo clásico. Animalejos que van y vienen, que la suerte de varas es un imposible y que se preparan para la muleta retorciéndose como sabandijas al notar las banderillas. El señor Morante de la Puebla poniendo cara de artista sublime en estado de éxtasis, pero sin tan siquiera parecer por un momento un matador de toros y si un personaje excéntrico y caprichoso. El Juli, intentando colar su repertorio vulgar y sin verdad en el toreo, que tanto se le jalea por ahí, aunque sea delante de un mojicón desmochado. Y Sebastián Castella, que lleva años repitiendo el mismo repertorio, con ese rictus de místico sensible, pero que no duda en asesinar vilmente de un bajonazo a un animal al que antes ha “jartado” de trapazos, sin que de entre todos ellos se pueda rescatar uno en el que llevara al toro toreado, sin usar trucos ventajistas y mandando en la embestida. Pero si luego hay que pegar el bajonazo, se pega y punto.

Un tendedero vergonzoso

Pero para que esto funcione es necesario un cómplice necesario, que normalmente es el morador del palco, con la anuencia del respetable leal a los copazos y devotos de la religión “despojista”. Estos presidentes que se tragan el que un peón les plante cara sin hacer valer su autoridad, que se saltan el reglamento a la torera concediendo despojos tras acerazos infames, tras haberse pinchado un toro o porque media plaza esté de botellón. Pero el colmo es cuando se ponen un prestigio, una tradición y una seriedad por montera y ordenan la vuelta al ruedo a un animal que si acaso ovación y por la verbena que se había montado en la arena. ¿En que estaba pensando don Javier Cano Seijo y su asesor, don Luicano Briceño?. No lo sé, pero seguro que ahora mismo no estarán meditando el no volver a sentarse el palco de la presidencia de la Plaza de Madrid. No nos caerá esa breva. Estarán tan felices recordando como a un toro no se le ha podido picar por falta de todo, lo primero del merecimiento de llamarle toro de lidia, que ha salido escapando de la puya, que antes de empezar la faena de muleta se retorcía de dolor con las banderillas y eso sí, luego ha seguido el pico de la muleta de Sebastián Castella hasta hartarse. Lo del bajonazo infame vendría al final. Estarán brindando por los méritos del de Alcurrucén para esa vuelta al ruedo. Y lo que es peor, saldrán a docenas los que busquen justificación para ese apelotonamiento de trapazos firmados por el señor Castella y para esos feos gestos de un animal que ni fue bravo, ni lo pareció. Pero bueno, esto es lo que pasa en Madrid en este mes de mayo, donde se encuentra el palco de la vergüenza de una plaza sin honor.