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Anda que no está revuelta la Plaza de Madrid, no la reconoce ni la madre que la fundó. Unos días ovacionan a los alguacilillos al salir y otros les obvian, unos protestan un toro y otros se tragan una corrida al completo de anovillados mochuelos, unos piden orejas sin que haya nadie que lo pueda explicar con un mínimo de lógica y otros... también. En lo del Pilar ha habido casi de todo, destacando el quinto, que seguía lodo lo que le pusieran por delante, sin importarle el sitio, ni el momento, y el sexto que parecía que iba a ser otra cosa de la que al final resultó. Pero aún siguiendo las telas, los maestros no han sabido aprovechar suficientemente lo que llevaban dentro. Padilla desbordado durante toda la tarde, muy falto de recursos y hasta de forma física; Perera ofuscado, vulgar, plano, ventajista, inhibido de la lidia y con una desgana casi insultante; y Manzanares, que por momentos parecía ajeno a lo que se barruntaba en el ambiente. Él a lo suyo, a pasar el toro muy, muy lejos, con demasiadas ventajas adquiridas y con nada de verdad y mando, incluido el quinto, en el que le dieron un despojo.
Las mulillas, como las mayores triunfadoras de lo que llevamos de feria Andaba el alicantino entre trapazos por un lado y por el otro, citando muy fuera de cacho, abusando del pico, para echarse el toro en las periferias del toreo clásico. Entre toro y torero cabía un Carrefour con parking y todo, con túnel de lavado y gasolinera para los clientes. Alargando el brazo, sin llevar nunca toreado al animal, que no paraba de embestir una y otra vez. Que tampoco es que cundiera el delirio en los tendidos, oyéndose casi más las protestas que las voces a favor. Una estocada entera, que aunque con cierta demora, fue suficiente para que el del Pilar doblara. Murió justo al lado de la puerta de arrastre, pero a las mulillas no se las veía ni en el túnel que viene del desolladero. Siempre se escuchan los cascabeles y se ve al tiro esperando incluso antes de que el matador entre a matar, pero no fue el caso en esta ocasión. Ni se las adivinada. Tardaron en asomar, pero tampoco podían salir al ruedo, porque un capote abandonado en el acceso al ruedo les impedía el paso. Lo que se hace esperar el tiro de mulillas cuando asoman tres pañuelos en los tendidos de Madrid. De repente es como si la vida, su vida, se ralentizara, no volviendo a recuperar el ritmo habitual, hasta que el usía saca el pañuelo blanco y concede el despojo. Como si fuera una plaza de tercera, todo picardías, las de los toreros en el ruedo, las de los picadores que no pican, las de los presidentes que están a la espera de que el inválido cuele o no cuele y por supuesto los responsables de las mulillas. Hay que achuchar al presidente para que ante el abucheo que se prepara, no tenga más remedio que sacar el pañuelo blanco. Si tuviéramos que elegir un triunfador de la feria hasta el momento, aunque con la colaboración de una plaza desquiciada, sin duda, los triunfadores serían los mulilleros. Una pena y un viajar a los infiernos de esta plaza, pero esta suele ser una de las más inmediatas consecuencias “cuando las mulillas cortan las orejas”. |
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