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De los toros se dice que es un arte, una fiesta y que en cuestión de segundos cambia todo, lo negro se vuelve blanco, lo turbio claro y la pesadumbre alegría, pero si por un casual deciden ir a la plaza una tarde como la de los Alcurrucenes, con Antonio Ferrera, Juan Bautista y El Capea, buscarán al que engendró al que le cuenta toda esa poesía, para sentarlo a su lado y obligarle a disfrutar del espectáculo. No parece creíble que tres seres humanos lleguen a aguar la tarde a tanta gente al mismo tiempo. Los toreros se pasan la vida pregonando que ojalá les salga el toro que embista. Pues ¡Ea! Sea. Que los de Alcurrucén no han sido ni mucho menos el toro Jaquetón, prodigio de casta y bravura. Hasta mansos han salido algunos, con su genio alguno que otro, con embestidas broncas, pero nada que no arreglara una buena lidia. ¡Caramba! Una buena lidia... y media docena de rosas. Otro gallo nos habría cantado si hubiese habido algo de eso, no de rosas, de lidia, se entiende. Toros sueltos por el ruedo en busca de un torero, en un de acá para allá desesperante. Y la terna, cada uno interpretando la pesadez en su estilo, pero los tres dando pases y más pases y ninguno bueno. Ferrera desconocido, Juan Bautista plomizo y lineal y El Capea desorientado y desconfiado.
 Rafael Viotti y la vergüenza torera Yo sostengo que esto del toreo no es un arte, que lo han convertido en arte un puñado de toreros magistrales que aparte de poder a los toros, además se han permitido hacer verdadero arte, transmitiendo sensaciones, sensibilidad y expresividad a borbotones. Ya nos gustaría que este arte aflorara todas las tardes, pero hay días que ni se insinúa. En esas tardes sombrías a veces es la hombría, el valor y el amor propio el que se hace presente, como en esta de la feria del santo, en que, aunque un poco cogido con alfileres, en el quinto de la tarde Rafael Viotti ha tomado los palos y en una primera pasada no ha encontrado toro, es más casi encuentra muslo. Menos mal que el golpe de rehiletes ha quedado en el aire. Tras semejante fallo ha sido su compañero, el tercero de la cuadrilla de Juan Bautista quien ha clavado sin mayor problema. A continuación Viotti lo ha hecho de forma aseada. Volvía el tercero, Ismael González, y su compañero le ha pedido que le permitiera dejar el otro par que le correspondía, asumiendo su responsabilidad y tomando él el riesgo. El toro le ha apretado, no ha sido un par de abajo a arriba, ha cuadrado como el toro le ha dejado y aguantando el achuchón, ha dejado el par en el morrillo. No ganará el premio al par de la feria, pero al menos se ha ganado el respeto de la plaza, sus compañeros y él mismo. En una tarde en la que la vulgaridad y la poca afición han correteado por el ruedo de Madrid, al menos Rafael Viotti ha sido “la alegría de la huerta”. |
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