El primer novillo del Conde de Mayalde, Boticario de nombre y castaño de pelo le tocó en suerte a Posada de Maravillas. Fue un novillo con volumen, regordío y pobre de cara. Repitió con genio al capote. Fue a relance y coceó al caballo sin entrar en pelea. Contra lógica, fijo empujó en la segunda entrada. Le faltó entrega en el segundo tercio. Aparentó falta de fuerzas en el inicio y las ratificó a lo largo de la faena. Fue noble, bobalicón, que término hecho un marmolillo. Como Cuartelero estaba bautizado el segundo de la tarde, castaño también de pelo y más serio que su hermano anterior sin llegar a aquellos novillos de Madrid. Se quedó por bajo en el capote sin malas intenciones. Peleón primero y huidizo después en varas dejando clara su mansedumbre en este tercio. Tuvo pies en banderillas y se dolió. Sacó genio en la tanda de tanteo y ahí mismo lo agotó todo. En el resto embistió sin celo alguno, al paso, casi parado. Dos mansos descastados de dos… Roca Rey despachó a Jibelino. Un castaño ojinegro, cuajado, de pitones ligeramente tocados y astifinos. Subió el trapío y bajó la romana -como debe ser-, 437 kilos pesó Jibelino y 456 y 469 sus hermanos anteriores, más serio Jibelino certificó que nada tienen que ver el peso con la seriedad. Blandeó de salida, recibió un puyazo largo y un simulacro en la segunda entrada. En el quite mostró su nobleza y la falta de fuerzas. Se dejó en banderillas. En la primera tanda tomó tierra. En la segunda se mostró desfondado. Terminó echado. Pues eso... Tres de tres. El cuarto cambió algo el signo de la tarde, bautizado como Agachado, con volumen de toro por regordío; estrecho de sienes y pobre de cara; largo y degollao de papada. Tras la cogida a Posada convirtió el tercio de varas en una capea. Mostró un viaje largo y templado durante el tercio de banderillas como buen presagio de lo que podía ocurrir en la muleta. Sacó nobleza Agachado por ambos pitones y expresó temple en arrancadas prontas. Bueno en la muleta al conjugar casta y nobleza e hizo disfrutar a su antagonista. Este quinto no fue bueno. Respondía a Joyero, según la reseña oficial castaño salpicado, más exacto es reseñarlo como de pelo sardo por mostrar tres colores: rojo, negro y blanco; mostró también volumen de toro y pobreza de cara. Fue codicioso en el capote repitiendo con franqueza. Muy soso fue su comportamiento en varas y tardo en banderillas. En el inicio se mostró pronto pero le traicionó su poder. Y antes, en la tercera tanda, estaba a la defensiva. La falta de fondo y casta ha sido el denominador común de la novillada.  El sexto novillo de la tarde El sexto, Chorlito, también de pelo sardo, tuvo más trapío que sus hermanos por el armamento que mostraba. Bien encarado, de cuerna ligeramente acucharada y astifino. Fue el más bravo en el caballo, peleó bien en las dos entradas. Se dolió en banderillas pero embistió largo y templado. Aunque calamocheando, repitió en la muleta de Roca Rey. Fue correoso en la distancia corta y de más entrega en la larga. Complicado por su falta de poder, quiso pero no pudo.
Por lo que va lidiado, novilladas y corridas, tenemos la impresión de que en Madrid se está bajando el nivel de presentación de los animales. Si tomamos la novillada de hoy como referencia, tan sólo el sexto nos ha recordado un poco las novilladas de antaño. Sin embargo, se está cayendo en una contradicción ya histórica. Siempre se ha dicho -han dicho- que el toro de Madrid no embiste: por ser muy grande, por llevar demasiados kilos acuestas…; suponiendo que esto sea verdad, ¿por qué no se está bajando la romana de toros y novillos? La respuesta que se nos ocurre es que lo que molesta en Madrid no son los kilos sino el trapío… al menos eso nos parece. Foto: Muriel Feiner |