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Puedo sostenerlo una vez más. José, Joselito Adame es un hombre, y por tanto un torero, al que le hace falta un escenario de difícil conquista para sacar lo mejor de sí. Cuando digo escenario me refiero al todo, no solo a la plaza donde haga el paseíllo que, ciertamente, es uno de los aspectos más relevantes. Lo indulgente no le viene bien. La comodidad, la complacencia, la falta de un gran desafío parecen hasta quitarle inspiración. En este sentido, en Europa siempre se ha visto la mejor cara, mientras que en México hemos atestiguado ambas.
Y esto, me parece, se debe fundamentalmente a dos factores. El mayor nivel de exigencia y profesionalismo del mundo taurino en el viejo continente, por un lado. Por otro, el que Adame se haya formado como profesional allá. Por algo fue en Francia donde se forjó como novillero, y Francia lo hizo matador de toros.
Entre la gran mansedumbre con algunos signos de casta de algunos de los de El Montecillo de hoy, no se ha tenido ni la cosa más sencilla, pero tampoco la prueba más dura. Luego de desestimar la lesión de la mano del 3º, quizá con la esperanza de que no se agudizara, y aprovechar la venida a menos combinada con la clase y toreabilidad que apuntaba, el tiro salió por la culata. Todo quedaba en la última carta. Adame podía cerrar un San Isidro sin suerte o apostar lo que fuera necesario. El hidrocálido estaba de nueva cuenta, frente a un desafío, y como decimos, ello le ayuda a sacar lo mejor. Algo hubo de suerte y algo hubo de apuesta. Al 6º a pesar de la mansedumbre, Adame lo dejó crudo para que mantuviera ese nerviecito que transmite y motor que sirven en Madrid. Este Joselito mexicano comenzó a entonarse, a entenderse con el animal y enganchar con la parroquia madrileña.
 Adame construyó con capote, muleta y espada Ahí estaba el mejor Joselito Adame. El que tiene para ser y hacer historia. Adame sabía que tenía una oreja prácticamente en la mano. Pero ¿por qué no dos? Lo decía ayer y otros días Diego Ventura. Hay momentos en que preocupa asegurar el presente. El todo o nada se dice fácil, pero decidirse esta más allá que lo difícil.
Hace no mucho su casa de apoderamiento lo auto-tildaba de maestro. Y puede llegar; lo ha dejado en la escena en muchas ocasiones, pero aún le falta trecho. En ese trecho está decidirse a serlo sin fisuras ni aristas entre Europa y América –México especialmente al ser su propia tierra. En ese trecho está volver a ser como aquel chaval que dejó la casa renunció a envolverse con cuidados, ventajas y prebendas de este lado del Atlántico. En ese trecho está convencerse y atreverse a cuajar rotundamente un toro en Madrid. En ese trecho está estar dispuesto a jugarse el todo o nada.
Mientras, esta una, le ha de servir de mucho y para mucho. Que sea de lo bueno. Para la cara buena. Queda todavía abrir esa Puerta Grande por primera vez.
*Foto: Muriel Feiner
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