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Gran ambiente, plaza llena, semblantes de fiesta y alegría, grandes aplausos y entusiasmo general, fueron las señas de identidad de la corrida, como corresponde al día grande de las fiestas de los pueblos.
La corrida, ¡Ah, si, la corrida!, pues un muestrario de despropósitos, obviedades, fruslerías, todo perfectamente prescindible, de principio hasta justamente antes del fin, cuando Iván Fandiño soltó la muleta en medio de la suerte, entre las patas del negro Jirivilla, para sortear sus enormes pitones y con esa ayuda, que no es menor pero si entendible, colocar una estocada en la yema. Con este acto de Fandiño acabó el día de fiesta, el del Santo Patrón Hasta entonces los festivos isidros allí congregados habían aplaudido y ovacionado con entusiasmo una colección de sucios delantales de recibo, arrugadas chicuelinas en los quites, puyazos traseros, numerosos muletazos haciendo la V descarada, con el torero fuera de la suerte y sin embroque, faltos de temple y ayunos de gracia, compromiso e interés, coronados por estocadas tirando la muleta al suelo y saliendo de jurisdicción y colocadas bajas, traseras y/o atravesadas.
Miguel Abellán descarado con el buen primero en una faena intermitentemente demagógica, fracasó con el cuarto, un toro negro que embestía con prontitud, Perera estuvo increíblemente perdido con su lote y Fandiño parece estar sin ideas, después de su fantástico desafío del domingo de Ramos, aunque tiró de casta para cerrar con un broche de oro una corrida sin brillo de Parladé, en la que el entusiasmo de los que llenaron la plaza en un día festivo, parecía sospechosamente falso a la vista de lo que en el ruedo ocurrió.
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