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Discurría una tarde más de feria, con patrones similares a los de otras tardes, ganado infame, mansurrón, justo de presencia, flojo y a veces insulso, pero a pesar de todo, para estar ahí unas veces con solvencia y todas sin tener que echar a cara o cruz el salir andando de la plaza. Hay muchas formas de ver esto de los toros, para unos lo primordial es la diversión, la charla con los amigos, los triunfos o vaya usted a saber, pero la realidad es solo una, que en este juego de vida o muerte el riesgo siempre está presente, muy presente, que hay que asumirlo, pues si esto no se admite estamos hablando de otra cosa que no son los Toros. Pero lo que no es admisible desde ningún punto es el desprecio del riesgo, el no valorarlo en su justa medida, ni que se agrande alimentado por la inconsciencia y la inconsciente ambición. Pero ahora me resulta difícil reflexionar sesudamente y mucho menos con serenidad sobre el percance sufrido por Saúl Jiménez Fortes en la Plaza de Madrid. Una cogida de esas que te encogen el aliento, cuando después de un primer revolcón el toro ha descargado toda la violencia de su cuello sobre el cuello del malagueño. ¿Causas? ¿Forma? ¿Consecuencias?
 Solo hay una verdad en el toreo Todo el que haya visto la cogida tendrá formada su idea, yo también por supuesto y quizá por este motivo prefiero callar, que hable el silencio, pues son muchos los lugares a los que tendría que señalar. Y en estas circunstancias sería muy fácil caer en el error y hasta podría ofender gratuitamente mientras se intenta superar el dolor. Pero no olvidemos una cosa, que el toro no entiende de favores, privilegios, aprendizajes, experiencia o falta de ella, no distingue edades, procedencia, condición o creencias, él embiste y quiere coger eso que se le planta delante, ese engaño que le burla una y otra vez y si este desaparece de su vista, irá a por el que lo movía entre sus puñales. Ni tan siquiera se parará a pensar si ese que maneja esa tela conoce los secretos de la lidia, si está preparado para llevarla a cabo, si está en condiciones de hacerlo, ni mucho menos si hay una Puerta Grande a la vista. Entonces, ¿por qué no toman esta responsabilidad los que saben de esto, los que están cerca de los toreros? No hay nada más hermoso que el triunfo de los toreros, pero no permitamos que estos jueguen a la lotería de la cama o la gloria, sobre todo si casi todas las papeletas son para lo primero. Mejor parar y esperar a que los boletos, como poco, se equilibren y haya tanto de unos como de otros, y no utilicemos el falso halago o el inconsciente entusiasmo para empujar a nadie a a la locura. Probablemente no he cumplido con mi intención de guardar silencio, aunque a pesar de todo, hoy y sin que sirva de precedente, estoy convencido de que es mejor callar, que ofender.
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