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Cuestión de tamaño, me gusta ver a toros de 600 kilos, embistiendo con alegría, acometiendo con fuerza a los caballos de picar que, ayer se vio, son más acorazados que nunca.
 Tito Sandoval en el suelo, todavía parecía desafiar al toro puya en mano No se comían a nadie los grandullones, embestían al caballo con la fuerza de sus kilos y su casta, levantándoles los pies del suelo, pero sin hacer un mal gesto. En el encuentro con Tito Sandoval que aguantó la embestida sin barrenar, sin dañar al toro y que acabó en el suelo, aparecieron las vergüenzas del caparazón, como dicen con buen criterio los franceses en vez de peto. Guatas, forros, protecciones, atalajes con cuyo peso el caballo es incapaz de ponerse en pie, ni siquiera con la ayuda de más de media docena de monosabios y ayudantes.
 No se pudo levantar el caballo hasta verle las vergüenzas al aire Rota la corrida en los más de 15 minutos que tardaron en quitar lo más pesado del caparazón y levantarse el caballo, los dos últimos toros no embistieron. Por lo demás el guion siguió lo previsible. Gran actuación de la cuadrilla de Javier Castaño quien sembró de dudas su trasteo, y vibrante faena de Juan del Alamo en el mejor toro de la tarde, con su toreo de altibajos: ahora me cruzo, ahora me quito, ahora lo ciño y luego me despego y siempre con gran uso del pico de la muleta. Una estocada baja perfilándose por fuera remató su actuación que dejó un poso de indefinición, de torero decidido y capaz pero de poco compromiso y gusto.
En esta feria de tanto toro chico, es una alegría el galope de toros que mueven sus 600 kilos con la fuerza de la casta, porque en cuestiones de tamaño, lo grande es hermoso.
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