Había un señor que se colaba en las celebraciones por su cara bonita, que tenía un montón de amigos que avalaban su coartada, es más, eran capaces de poner la mano en el fuego con tal de hacerle pasar por lo que no era. Que cada vez que pasaba por la Plaza de Madrid se las apañaba para sacar tajada, sin pararse a pensar en que quizá estaba poniendo en entredicho el buen nombre y la fama de tal lugar. Pero tras largas pesquisas e infructuosas tardes en las que la afición veía como salía indemne, ha llegado un investigador de esos de lupa y microscopio y ha puesto las cartas boca arriba. Una mezcla de Sherlock Holmes, Hércules Poirot, Plinio y Víctor Ros y punto por punto ha desenmascarado al pequeño Nicolás, demostrando que ni era tan buen torero, ni ostentaba el arte que decían que tenía, ni mucho menos los conocimientos y dominio requeridos para asistir a las fiestas en las que el toro hace acto de presencia. El señor Joya, de la brigada especial de Pedraza de Yeltes. Lo que habrá disfrutado el inspector don José Ignacio Sánchez. La verdad es que es para estar orgulloso. Un toro que cumplió en todas las fases de la lidia, empujó en el caballo, buscó los engaños yendo largo desde el primer capotazo. Buscaba la muleta que el pequeño Nicolás, Juan del Álamo, le ofrecía con desconfianza. Una y otra vez se veía desbordado por las pruebas que el inspector Joya mostraba con cada embestida. Ha bastado un poquito de picante para demostrar que el pico, el acompañar el viaje, largar tela allá a lo lejos, el no rematar los pases y no mandar, ni dominar no es torear. Los paisanos engalanados con los pañuelos de su peña intentaron la misma estratagema de siempre, pero esta vez no coló, el caso se había destapado, todas las orejas llevadas por el timo del autobús, al final han sido devueltas a su dueño, el toro.

Y se puso a descubrir las trampas

Pero no ha sido Juan del Álamo, alias el pequeño Nicolás, el único que se ha visto con las vergüenzas al aire, no hombre, no. Por un lado Javier Castaño, últimamente aquí muy bien acompañado y resguardado por la gente de su cuadrilla, esta vez no ha podido por más que cantar la gallina. A punto estuvieron de aparecer por aquí sus banderilleros, a pesar de él ver sobrepasado por el picantito de los de Pedraza de Yeltes. Ya ven, ni han hecho falta grandes mastodontes, ni alimañas chupa sangre, ni el monstruo de los ojos verdes, solo unos toros con presencia de tales y esas dosis de emoción que cambian el tedio por una entretenida tarde de toros. Animales que han tenido sus cosas, pero sin que aquello pareciera una tragedia griega, por supuesto. Simplemente buscaban esos engaños que se movían delante de ellos. Y menos mal que no ha sido una corrida de esas encastadas y complicadas que algunos gustan ver de pascuas a ramos, porque si no, no sé que habría sido de este Javier Castaño, sobrepasado constantemente e incapaz de bajar la mano ni una vez, aunque solo fuera por darse el gusto de dar un solitario pase. Paco Ureña, que por culpa de su escasa o nula pericia tuvo que visitar la enfermería y que aún se debe preguntar por dónde le venían las embestidas dulzonas de los dos de su lote. Y el ya nombrado Juan del Álamo, que al final sabrá que si repites muchas veces el mismo truco, te lo acaban pillando. En este caso, gracias al inspector Joya, de la brigada especial de Pedraza de Yeltes, donde seguro que ya se habrá corrido la voz: Desenmascaran al pequeño Nicolás.