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Lo que no consiga la tauromaquia 2.0, no lo consigue nadie. Cuando el público de Madrid, ese cada vez menguado y raquítico, siempre hablando en cuanto asistencia, por supuesto, cuando pensaba principiar la Feria taurina del San Isidro 2015, se encuentra con una incipiente y pujante feria de la gastronomía, ensalzando y “poniendo en valor”, como dicen los modernos, los productos de casquería. Habrá algunos que hayan salido defraudados de la plaza, pero es que no se puede dar gusto a todo el mundo. Yo al principio me sentía un poco desconsolado, porque veía que el primer día no iba a poder cumplir mi compromiso de dibujar lo más sobresaliente de la tarde, pero, ¿nadie dijo que tuviera que ser siempre con el toro como referente. Pues vaya, a ver si a servidor se le va a exigir lo que no se le exige a los que han montado este primer festejo. Así que centrémonos en eso tan destacable, la orejita de toros light, con alubias. Para que ahora que viene el verano y la operación bikini no fracase de salida.
 De primero, alubias con orejita light, para conservar la línea Se toman seis animalitos, no hace falta ni que parezcan toros, valen también si tienen presencia anovillada, como los dos del Cortijillo o Lozano Hermanos. Se dejan macerar en gin tonics, cubatas varios o cerveza, a gusto del consumidor. Luego se hace un sofrito con tres matadores que den muchos pases, da igual si no hay mando, ni temple, ni colocación, ni mucho menos cargando la suerte. Eso sí, hay que tener cuidado, porque en la manipulación de los ingredientes puede ocurrir que alguno se eche a perder, bien porque como le ha pasado a Joselito Adame se pierda en un ir detrás del animal vagando entre interrogantes, en un permanente “¿por dónde le meto mano yo a esto?” con trallazos y trapazos que al batirlos hacen que se corte la salsa y se eche a perder. Pepe Moral casi andaba por el camino, pero con unas gotas de desconfianza y precauciones que daban un gusto ácido que enmascaraba el sabor que debe ofrecer el buen toreo. Afortunadamente, Juan del Álamo ha toreado tan desastrosamente como sus compañeros de guiso, pero al menos ha contado con ese toque personal que da un pellizco de paisanaje y benevolencia que tras una estocada caída hace que una petición no mayoritaria incline al señor presidente a sacar el pañuelo blanco. ¡Qué felicidad! Ya teníamos las alubias preparadas, solo a falta de la orejita. Lo que habrán disfrutado los que desde su Salamanca natal han seguido al torero hasta Las Ventas. Se habrán puesto las botas. En el sexto, mientras se seguía la misma receta, eso de no fijar al toro, dejarle a su aire durante la lidia, tirarlo al caballo allá dónde caiga, sin ponerlo en el sitio y sin la más mínima colocación por parte del maestro, ya los había que se frotaban las manos con el menú de la una más una, igual a Puerta Grande, si hasta se percibía el aroma de la oreja del revolcón, cuando el del Cortijillo hizo volar a Juan del Álamo, pero al final no pudo ser y todo se quedó en las ganas. Llámenme raro, desagradecido o quisquilloso, pero les confieso que a mí no me llenan estos platos de la cocina moderna de la tauromaquia 2.0. Yo me sigo quedando con los platos contundentes y con fundamento del toreo de siempre. Llámenme raro.
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