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La emisión de este lunes de farolillos ha sido algo como una clase teórica. Lo que ocurría en el albero sevillano no pudo ser tema para ir apuntando en derredor de el desempeño de un toro bravo y sus lidiarores, aquello sirvió, especialmente al matador de toros Emilio Muñoz, más bien para explicar lo que no es la esencia de una tarde de toros.
Lección número uno: Emoción. No hubo más remedio que repetirlo sin cansancio; o es que la preferia ha sido suficientemente desalentadora para llegar más o menos fastidiados al primero día de la semana grande.
Emoción. Si no la hay, si no se transmite algo que inquiete, que estremezca, que conmueva, que toque a quienes están del otro lado de la barrera, todo es inútil.
Se necesitan señales de peligro. Ninguno, apuntaba Muñoz quiere que algún torero termine herido, pero es imprescindible que exista esa sensación.
La presencia ayuda o desmerece pero es solo el complemento para lograr emocionar Lo de Torrestrella era otra decepción, porque del toro es de donde proviene de manera primaria este factor fundamental, este imprescindible, explicaban. Esa falta de fuerza, de brío, de motor, ese mostrar una o media cuarta de lengua ya de fuera en el tercio de banderillas, ese no poder obligarles un mínimo, por ejemplo, hará que no pueda generarse una mínima emoción.
Hubo un poco de calidad en alguno, excesiva nobleza en la mayoría, voluntad en algunos para moverse, pero ni la suma de los elementos secundarios alcanza para emocionar.
Ahí estaban los presentes desesperanzados, pitando al sexto, apenas como un reclamo de dignidad. Pero allá y acá estábamos más bien descorazonados.
En el palco de los invitados apareció el matador Pepe Luís Vargas y en su intervención dijo añorar la casta de antes. Podríamos parafrasearlo, él también estaba echando en falta la emoción que provocan un toro bravo, encastado y delante, un torero capaz.
Un turno tras otro se intentaba rescatar algo de cada uno. Se apuntó sobre el cambio o evolución morfológica. Pero la conclusión en la palabra y en los hechos, era una sentencia abrumadora: lo imprescindible, lo fundamental, lo vital para una tarde de toros es la emoción. Esa no se alcanza ni con lo bonito, ni con los aderezos, sino con la casta y los ingredientes elementales del toro bravo.
*Foto: lamaestranza.es
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