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05/02/2015
  (Temporada Grande-México) EnTendido Joven: ¿Ha muerto el toreo mexicano?
 
Firma: Jorge Eduardo
 
     
 

Celebramos un aniversario más del coso monumental de la Ciudad de los Deportes, que hace sesenta y nueve años abrió sus puertas para dar cabida a una afición desbordada. No es casualidad que sea la Ciudad de México la única con un coso de las dimensiones de nuestra monumental. Es verdad que la demografía de nuestra metrópoli siempre ha apabullado a la del resto de las capitales taurinas de América -El Distrito Federal registró una población total de 1 millón 757 mil habitantes en el censo de 1940,1 que aumentó a 3 millones 50 mil habitantes para el de 1950,2 mientras que, para la misma fecha límite, Bogotá contaba apenas con 831, 799 habitantes;3 Quito con 224.344;4 y Caracas con 704, 567;5 mientras Lima contaba con 1, 901,927 en 1961.6- sin embargo, algo más jugó a favor de la construcción de una plaza tan grande. En el ámbito taurino, la fiesta brava encontró su ebullición gracias a la asimilación sin par que logró este país, y esta ciudad en particular, del rito tauromáquico, en un fenómeno sin par en la América taurina.

La fiesta española, importada a finales del siglo XIX, terminó por doblegar al espectáculo taurino endémico, paralelo al español, que a su vez era una reminiscencia de la práctica taurina colonial. Aquel espectáculo era muy diferente al actual, y se desarrolló con independencia de las transformaciones que la lidia de toros sufrió del otro lado del Atlántico durante el tiempo que estuvieron aislados uno del otro. Fue en esas décadas claves, cuando el público mexicano se decantó definitivamente por la tradición española, donde surgió una interpretación propia de la técnica del toreo, impar, distinta a la española, y con una carga emocional acorde a la cultura del mexicano. Éste se sentía identificado con el espectáculo que sustituyó al de tradición mexicana, y encumbró a la fiesta como el espectáculo por excelencia del Distrito Federal.

La apropiación del rito tuvo como consecuencia la producción de figuras, que a su vez conformaron la edad de oro del toreo mexicano, apenas una década después del fin de la edad de oro española, protagonizada por Joselito y Belmonte. El Toreo de la Condesa, con más de tres décadas a cuestas, y un aforo de veinticinco mil localidades, se había vuelto insuficiente para dar cabida a la afición. El proyecto de la nueva plaza de toros se concretó en el momento ideal: Manolete era un fenómeno social de dimensiones inusitadas, llevó al paroxismo a la edad de oro mexicana, y le dio fin con su muerte. Era la segunda mitad de la década de los 40, las multitudes empeñaban los colchones, y el futuro del espectáculo, aún con la orfandad que dejó Manolete, iba viento en popa.

El fenómeno taurino se mantuvo constante por décadas en esta capital. Figuras, ídolos, tumultos, triunfos, pasión, polémicas, broncas, llenos, expectación, la pugna entre mexicanos y españoles, vino la edad de plata, y con ella otro puñado de figuras. Con el paso de los años, llegaron los ochenta, y con ellos, el primer declive de la Plaza México, que, no obstante sus prolongados cierres, y todos los problemas que la rodeaban, continuaba dando cabida a una afición masiva ávida de toros. Eran tiempos de cambios generacionales. Los toreros, figuras, de finales de los sesenta y principios de los setenta, debían terminar su ciclo. Manolo Martinez, Eloy Cavazos, Curro Rivera, Alfredo Leal, Antonio Lomelín, e incluso Mariano Ramos, debían dejar la estafeta a la nueva generación detrás de ellos.
 
La oportunidad histórica se presentó con el cambio de administración de la Plaza México, su remozamiento y reinauguración. Esta nueva era debía tener nombres propios. La década de los noventa inició con efervescencia taurina, con renovados ánimos por ver toros. Y a dicho ambiente plantaron cara, principalmente, Mariano Ramos, David Silveti, Jorge Gutierrez, y Miguel Espinoza Armillita, además de Manolo Mejía, Arturo Gilio, y otros cuantos, que fueron dignos representantes del toreo de México. Desafortunadamente, sus carreras se verían envueltas en altibajos, e incluso, el magnífico, absolutamente  conmovedor, visceral, y melancólico arte de David Silveti, se vería truncado por las circunstancias que todos conocemos. La administración de Rafael Herrerías, llegado a la gerencia en 1993, apostó por los españoles, que vinieron a oleadas, y ocuparon el lugar que los mexicanos, o no quisieron, o no pudieron ocupar.

Desde entonces, solo tres españoles se han encumbrado como figuras. La administración actual no ha podido sacar ni un torero mexicano. Las exigencias de las figuras se han impuesto y, junto con una lógica empresarial incomprensible, además de una propuesta taurina paupérrima, han vaciado la Plaza México. El ansia, y el hambre por toros se fueron hace mucho. Hoy, apenas algunas fechas señaladas logran llamar la atención del público masivo, y para más inri, estás se han reducido dramáticamente en un par de temporadas. El tiempo se agota, y a pesar de las protestas, los oficios, las denuncias, y la protesta máxima del abandono de la afición, el esfuerzo de la empresa no ha tomado un matiz lógico, empresarialmente inteligente, taurinamente atractivo, y, por lo tanto, exitoso.

¿Cuál es, entonces, la esperanza para la fiesta en la capital? Mientras no cambie el criterio empresarial en la capital, no vendrá el toro, y mientras esto continúe así, todo está en mano de los de seda y oro. Retirados los matadores más antiguos, surgió la ya muy cacareada generación de promesas del toreo, lidiadores cuyas carreras iniciaron a tambor batiente, y que probablemente tengan en sus manos la supervivencia del toreo como expresión surgida en México. Éste cinco de febrero, dos de ellos, Arturo Saldivar y Octavio García, El Payo, tuvieron en sus manos, cada uno, un astado de La Joya, con condiciones para el triunfo. ¿Qué nos dejaron? Dos faenas sumidas en la intrascendencia, en las que no se dijo nada, y se exhibieron conceptos muy, pero muy pobres, y limitados de la tauromaquia. Mucho exige el profesional al aficionado ver primero las condiciones del toro antes de juzgar la actuación del torero, sin embargo, ellos son los primeros en olvidarse de las condiciones del toro, para intentar obligarlo a entrar en un concepto. Podríamos decir, que en este LXIX aniversario, vimos mucho dogma, y poca técnica. Analicemos los casos.


El toreo absolutamente despersonalizado y absolutamente desapegado

Arturo Saldivar se las vio con Jugador, feo de tipo, chico, y melocotón como sus hermanos. Creemos que este toro tenía la calidad suficiente para estructurar un trasteo macizo, sin embargo, no podríamos confirmarlo, porque el jalisciense naturalizado hidrocálido no hizo el más ínfimo, mínimo, pequeñito esfuerzo por ligarle dos pases, ni por el izquierdo, ni por el derecho. En cambio, Saldivar se dedicó a extraerle pases a cuentagotas a un animal que, en nuestra humilde interpretación, pudo haber repetido de habérsele citado a la distancia correcta. En cambio, el de la Joya se zumbó una especie de ojedismo de extraña interpretación, impuesto sobre su voluntad, y sobre sus condiciones, a piedra y lodo. ¿Pensar en las condiciones del toro? Para qué, si siempre se puede optar por la dosantina, fetiche actual del público de La México. En fin, filigrana y bisutería para dar cerrojazo a una faena soporífera, aburridísima, que en el coso capitalino se canjea por una oreja, tan escasa de valor como las otras cuatro que cortó esta temporada. Con Dotore, de Barralva, apenas nada que comentar. Indolencia de una torería que no hace por lidiar al malo ni al difícil.

El Payo regaló a Desafío, casi una calca de Jugador. Este octavo, toro de media noche, quizás el primero en la historia de la plaza en alargar un festejo al día siguiente de en el que comenzó, resultó el toro de la ilusión, el de entra y sal. A la muleta se arrancó de largo que daba gusto verlo, lo hizo tantas veces como se le citó, e incluso sin necesidad del toque. Esta condición solo puede significar una cosa: el toro pide, exige, implora, distancia. A cambio, El Payo le dio encimismo a Desafío, resultando una faena muy por debajo de las condiciones del toro. Atornillado al piso, el queretano despreció las virtudes de mantener las zapatillas firmes en favor de mostrar una figura acartonada, rígida, que movía la pierna de salida de forma antinatural, y pegaba octavos o dieciseisavos de pase… ¡a un toro que se arrancaba de largo! El despropósito de saldó con una estocada traserísima y tendidísima, que valió una orejita de marras de un toro que traía la otra y el rabo colgando. Por si faltara más, todo esto ocurría pasada la media noche, bajo un frío apabullante. Sobre lo que habíamos aplaudido de las anteriores actuaciones del Payo en esta temporada, solo diremos que, tras dos pasos adelante, dio tres atrás.

Tres atrás, proporcionales al número de toros que lidió en la nocturna del aniversario. Con el segundo, de Barralva, mansurrón y peligroso, El Payo se mostró desanimado y extraviado, al igual que con el quinto bis, Chumber, fondo del naufragio de Barralva, que fue del peligro expreso a la mansedumbre con peligro. El queretano parecía estar más preocupado en maldecir su suerte tras inutilizarse el promisorio Apostador, de La Joya, que en darle a Chumber la lidia adecuada.


Suma a favor de la estadística, pero no de una toreo propio y verdadero

Nosotros no somos nadie para indicarles a los toreros cómo hacer lo suyo. Finalmente, lo más importante aquí es que cada quien haga el toreo como lo siente, y si los conceptos mostrados en este festejo de aniversario son las tauromaquias definitivas de Saldivar y del Payo, pues bien por ellos. Seguramente ellos estarán cómodos, y sus incondicionales se los aplaudirán. Sin embargo, por el bien común del espectáculo, sería recomendable que estos toreros dejen el dogmatismo, y volteen para atrás, pasen una temporada íntima con los materiales visuales del antiguo toreo mexicano (y español), lo paladeen, lo disfruten, lo vivan, lo asimilen, se inspiren, e integren a su tauromaquia lo acorde a su sentir y a su personalidad. Aquello es lo que vistió de gloria las tardes de seda, sangre, y Sol en este país y en esta plaza, y es digno de ser retomado. No solo es digno, sino que es urgente en un contexto de fiesta en crisis. Es importante recuperar los valores del toreo, su dimensión sentimental, su dimensión sobrecogedora, su dimensión emocionante, el respeto al toro, la lidia digna a cada toro, en fin, su calidad de experiencia estética. De no ser así, la fiesta continuará por el camino de la frivolidad, y de la banalidad, situación que, eventualmente, la llevará a su desaparición.
 
Y es que en el rito, en el mito, y en la solemnidad, tiene cabida y validez la muerte del toro bravo. Pero… ¿qué tal en el juego por el juego mismo? O peor aún, en el exhibicionismo por la pura exhibición, el reconocimiento, y el caché, en resumen, por la frivolidad. Si bien todo rito, y toda creación estética tienen algo de juego, matar toros por pura recreación, diversión, y esparcimiento, o por mero posicionamiento social, resulta una idea, por lo menos, endeble, con pocos elementos para argumentar a favor, y, por lo tanto, una idea de complicada defensa. ¿Es acaso esto lo que buscan Payo y Saldivar al partir plaza? No lo sabemos, y quisiéramos pensar que no.
 
No dudaremos de la torería y la vocación de los matadores, y pasaremos a la siguiente interrogante: ¿el toreo mexicano está muerto? Los que tienen la capacidad de dar la campanada, y de cambiar la onza, parecen optar por el sí. El quehacer de parte de la representación mexicana del cartel del aniversario no dijo nada, olvidó la enorme carga emocional que caracterizaba al toreo de esta tierra, y pareció basarse en la nada conceptual, en el toreo vacío y sin sentido, en la aburrición. Pero mientras haya corridas de toros, habrá esperanza.

El francés Sebastián Castella, primer espada, y que tuvo una actuación sobresaliente, quedó relegado al fondo del texto por escaparse un poco del tema que quisimos desarrollar, pero eso no es motivo para olvidar el par de tandas de toreo macizo, bien logrado que pegó al toro que regaló, de Fernando de la Mora. En una faena que duró excesivos veinticinco minutos, el de Beziers terminó por encontrarle la cuadratura al círculo casi al final de su trasteo, en lo que fue el mejor momento de la tarde junto con el par de banderillas, en los medios, de Diego Martinez. Desafortunadamente, pinchó un trofeo. Una vez más, el mal manejo de la espada privó a Castella del triunfo numérico, que, cuando mejor ha toreado, se le ha escapado en esta plaza. Con los otros dos tuvo poca suerte, buenos momentos con el primero, y la anecdótica respuesta a un grito chusco en el cuarto.
 


El francés, con técnica y conocimiento, logró construir tres faenas

Cerramos nuestro texto reiterando nuestra preocupación a la tauromaquia mexicana, y particularmente a los toreros, a quienes les preguntamos, ¿el toreo mexicano está muerto? , ¿Ese sentimiento que levantó plazas, idolatró figuras, movió masas, entro otros etcéteras, hoy está muerto? Pedimos a los matadores una introspección, una lectura, un examen de qué tanto dicen cuando torean, de cuán lejos pueden llevar la trascendencia de su quehacer taurino. De no lograr una solución convincente a ese asunto, estamos seguros de que la fiesta desaparecerá irremediablemente, y con justa razón. Por el momento, quedamos a la expectativa de lo que pueda hacer Fermín Rivera el próximo domingo, pues él, sin duda, tiene algo interesante qué agregar a esta discusión. Hasta entonces será momento de comentarlo.


1Estados Unidos Mexicanos, cien años de censos de población, México, Instituto Nacional de Geografía y Estadística, 1996, edición digital del sitio del Instituto, p. 29. Consultado digitalmente el 6 de febrero del 2015. (http://www.inegi.org.mx/prod_serv/contenidos/espanol
/bvinegi/productos/integracion/pais/historicas2/cienanos
/EUMCIENI.pdf)
2Anuario estadístico de los Estados Unidos Mexicanos, 1946-1950, México, Secretaría de Economía, Dirección General de Estadística, 1953, p. 46. Edición digital del sitio web del Inegi. Consultado digitalmente el 6 de febrero del 2015. (http://www.inegi.org.mx/prod_serv/contenidos/espanol
/bvinegi/productos/integracion/pais/aeeum/1950
/aeeum4650i.pdf)
3Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas, Censo General 2005. República de Colombia. Resultados Bogotá y municipios metropolitanos, DANE, 2006. Documento digital consultado el 6 de febrero del 2015 en: https://www.dane.gov.co/files/censo2005/bogota_mun
/Resultados_poblacion.pdf.
4“2.3.2 Características sociales y económicas” en Murray, Sharon, Silvicultura urbana y periurbana en Quito, Ecuador: estudio de caso, Roma, Organización de las Naciones Unidas, Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, Departamento de Montes, 1998, s/p. Consultado digitalmente el 6 de febrero del 2015 en: http://www.fao.org/docrep/w7445s/w7445s03.htm
De Lisio, Antonio, “La evolución urbana de Caracas. Indicadores e interpretaciones sobre el desarrollo de la interrelación ciudad-naturaleza”, en Revista geográfica venezolana, Universidad de Los Andes. Facultad de Ciencias Forestales y Ambientales. Instituto de Geografía y Conservación de Recursos Naturales, Mérida, Venezuela, vol. 42 (2), 2001,  p. 218. Consultado digitalmente el 6 de febrero del 2015 en: http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/24514/1/articulo42-2-3.pdf.
6 “1.1. Población total”, en Instituto Nacional de Estadística e Informática, Lima metropolitana, perfil socio-demográfico, Lima, Instituto Nacional de Estadística e Informática, 1996. Consultado digitalmente el 6 de febrero del 2015 en: http://proyectos.inei.gob.pe/web/biblioineipub/bancopub/Est
/LIb0002/indice.htm.

*Fotos: Luis Humberto García

 
     
   
     
   
     

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