La ficha del festejo.

Muchos de los graves desaciertos que han ensombrecido en y a esta temporada volvieron a quitar esplendor al serial y, esta noche además, a la corrida del 69 aniversario del coso de Insurgentes. Las constantes “licencias” que día a día van escalando han sumado, de poco en poco, o de mucho en mucho, pero de manera reiterativa, para restar, de manera ascendente, categoría a nuestra plaza.

La absoluta falta de autoridad, cuyo protagonista más afamado y sobresaliente ha sido el juez Jesús Morales, no pudo desistir de tan maña fama y acción. Esta noche, el otrora subalterno, no tuvo el mínimo mando para ordenar el paseíllo en punto de las 20:00 hrs. Al hombre, le pasa de noche o le vale un comino la jerarquía que debe tener un plaza de primera categoría y luego, un festejo que se supone de gala.

Sebastián Castella llegó a la plaza muchos minutos después de las 8 de la noche. Sin duda, una falta en la que el primer avergonzado debió ser el torero francés; sabemos que es uno de los toreros que suelen llegar con una muy holgada anticipación a los patios de cuadrillas. Los imponderables existen y el tránsito en la capital mexicana entre las 18:00 y 21:00 horas es harto complicado. No sabemos si los otros dos matadores, por compañerismo, aceptaron esperar a su alternante, lo cual es a cabalidad un buen gesto. Sin embargo, la fiesta de los toros tiene una liturgia que debe respetarse. El paseíllo debió haberse hecho de manera puntual y, en el caso, pudo haberse corrido el turno. Fue, además, un abuso de cara a la asistencia, que les cobró muy barato. En lugar de tributarles una ovación al aparecer en la arena, sonoro abucheo recibieron.

Una y otra pifia van empequeñeciendo todo lo que en el papel tienen, La México, la temporada grande y el festejo de aniversario.

Previo al festejo, a media tarde en el sorteo, se vivió el reprobable baile de corrales, o danza de veleidades. Catorce toros había para encerrar a los seis de lidia ordinaria primordialmente. Sin embargo, aquello no deja más que una lucha de caprichos, imposiciones, o en el mejor escenarios, de gustos personales, pues al final de los nueve que salieron por toriles, no hubo uno solo que tuviese el trapío que, repetimos una vez más, requiere una plaza de primera categoría. Se dice –porque de transparencia casi nada hay en el mundillo taurino-, que no había seis de Barralva aceptables. ¿Cómo estaría los que no? Llegaron los de La Joya que Arturo Saldívar había comprado hace tiempo a los ganaderos, y Castella llevó el Fernando la Mora, para regalarlo si fuese necesario. Si lamentamos el hecho de que Barralva no enviara seis o nueve pavos a La México, siendo que parte de la familia Álvarez Bilbao es parte de la empresa de la Monumental, no duelen menos los dos impresentables de La Joya. Una desdicha el que se inutilizó, y mucho más que un disgusto, los dos que hicieron 6º y 8º. Ambos, unos novillitos, el 8º además, como para el desecho, para un festival o una plaza de tercera categoría como mucho.

Tampoco faltó la concesión de apéndices que premiaron dos trasteos con serias deficiencias y con peticiones no mayoritarias. Que ninguna de estas tropelías sea novedad, tiene una clara resonancia en que las mejores entradas rondan a duras penas la mitad del aforo, entre otras lastimosas consecuencias.

Otro festejo maratónico se vivió esta noche, tanto que nos alcanzó el cambio de la hoja del calendario sentados en el tendido. Duro, de verdad fue aguantar por más de cuatro horas el frío y las pocas emociones por la falta de casta.

Por los toreros, fue Sebastián Castella el único verdaderamente solvente durante el festejo. Con los dos de Barralva pocas opciones de lucimiento hubo, sin embargo, el francés supo y pudo sacar provecho de las pocas cualidades de ambos. Con el Atanasio que hizo 1º realizó un largo trasteo en el consintió al animal para poder hilvanar las tandas. La quietud, como es costumbre, fue uno de los sellos ante un animal que duró muy poquito. Las infanterías sudaron el terno para cubrir el segundo tercio. Jorge Guerrero El Williams fue herido al intentar clavar el primer par. El animal lo esperó mucho, lo midió, le cortó el viaje y estiró la gaita. Feo lo prendió y mucho tiempo lo tuvo de un pitón a otro, sin embargo, aunque fue evidente que lo había calado, también pudimos darnos cuenta que sería una cornada de las llamadas limpias. La faena de muleta fue primordialmente derechista, pues por el pitón derecho estaba completamente vacío. Bien aprovechó los primeros momentos en el que el animal tuvo movilidad y repitió, con series bien toreadas, templadas, evitando que le punteara el engaño. Pero pronto se sintió podido y terminó rehusando el combate. Sobraron quizá las últimas dos series con el animal metido completamente en las tablas y en picada.

El cuarto, procedente del encaste Saltillo, tuvo aún mayores complicaciones, pero no producto de la casta, sino precisamente por la falta de. Se rehusó al castigo tanto en la querencia como en la contraquerencia. Sebastián Castella estuvo más que voluntarioso, a pesar de ser otro que no le regalaría ninguno de esos momentos mágicos en los que, los toreros se sueñan y los aficionados se deleitan. Muy brusco, sin ritmo, arreando más que embistiendo fue el comportamiento del animal. El francés estuvo muy por encima de ello, con técnica y recursos en la cabeza para hacer a favor de obra en la mayor dimensión posible. De ahí que alguno muy atinado gritara, “Regala un toro, pero que lo pague el ganadero”, a lo que el galo claramente asintió con toda sinceridad.

Del de regalo, como hemos mantenido durante el serial, en este espacio no damos cuenta.

Con dos de los malos, Castella estuvo por encima

Los alternantes mexicanos nos dejaron más bien decepción. A Arturo Saldívar le fue concedida una oreja del sexto, tras una faena en la que no ligó siquiera un par de muletazos. El de La Joya fue otra cosa, sin embargo le faltó fuelle para que hubiese podido entregar todo lo bueno que tenía. Voluntad e intención de embestir y rasgos de calidad, pero ese punto de casta y fuerza que le faltó, le hacían no poder terminar abajo las embestidas y repetir con prontitud. Saldívar apostó muy pronto por ese toreo efectista que siempre encuentra eco en la galería. A la segunda o tercera ¿tanda? dejó de darle sitio para casi montarse encima, omitió el temple y el mando. Decíamos, no pudo ni ligar dos muletazos, una y otra vez corregía el terreno, ya sea por algún enganchón o por falta de aguante. Las dosantinas que hoy son fórmula, fueron deslavazadas y sucias, pero le granjearon aplausos.

Con el tercero, un Atanasio de Barralva fue un manso al que no le intentó nada. No vimos en el torero hidrocálido una idea siquiera. No habría lucimiento, estaba claro, pero a estos toreros se les acaba la capacidad si no pueden torear en redondo. No muestran poder para someter ni recursos para estructurar ante la falta de facilidades. Se obnubilan y hacen alarde de todo lo que no tienen enfrente, cuando lo peor resultan ser las carencias de ellos mismos.

Un "doblón" luego de dos por alto

Muy similar fue el desempeño de Octavio García El Payo con los dos de Barralva, primero con el Atanasio, luego con el Saltillo y hasta con el Domecq de La Joya que regaló. Con la cabeza completamente en blanco o nublada, sin recursos para torear la falta de casta. Otro chasco del torero queretano y estos jóvenes, pues a pesar de ser toreros que han apuntado condiciones, pasan entre indefensos e incapaces. Lamentamos que el de La Joya que salió en quinto lugar se inutilizara, pues apenas por como tomó el capote fue una especie de resplandor. Sin embargo, El Payo tampoco hubiese conseguido nada de verdad. Si con los malos estuvo mal, con el de regalo que resultó el mejor de la noche, estuvo peor.

Sin mandar el torero no existe

La media noche nos alcanzó, y muy probablemente sea este el primer festejo que empiece un día y termine en el siguiente.

*Fotos: Luis Humberto García.