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La ficha del festejo.
Dejar
este espacio en blanco, sin letra alguna, completamente vacío, bien podría ser la crónica de esta tarde.
Una de las escenas más importantes
que una tarde de toros debe contener, en cada uno de los astados lidiados, salvó ese vacío.
Solo una ovación se entregó esta tarde. Fue al varilarguero César Morales, quien
por segunda ocasión en la temporada ha agradecido en el tercio el
reconocimiento de la asistencia. Morales
ha hecho la suerte (punto). No pidió que le dejaran al de Javier Garfias debajo
del peto, sino que enceló su acometida montando. Citó moviendo el caballo para
fijarlo. El animal se arrancó más allá de la segunda línea del tercio,
chorreando la vara, lo prendió antes de que llegara la peto. El animal se
defendió con un pitón, pero con la suficiente fuerza para mover al caballo con
cierta facilidad. Morales dominó la rienda y mantuvo el encuentro sin recurrir
al multipuyazo, sino recargando. Es la suerte de varas. Cimineto de la lidia,
del ritual de una tarde de toros, del momento culminante de la vida de un toro:
su llegada al ruedo. Más que una medición, una demostración de la esencia de
nuestra fiesta: la bravura, la casta, el poderío del toro. No es un firme aquí
de recibido, como ocurrió prácticamente con los cinco astados restantes.
Semejante fundamento le dan todos ellos y aquellos a su profesión, a su
“vestirse de torero”. César Morales puso el toreo esta tarde Fue con
el primero de la tarde. En adelante, ausencia de emoción, bravura, e interés.
Mucho tedio que, por supuesto, no queremos repetir aquí.
No hubo ni rivalidad en banderillas, solo brindis mutuos y abrazos Ese
primero fue una animal que no tuvo ni fondo, ni calidad. Esperaba todo para
acudir y lo hacía sin codicia e ímpetu alguno. El tercio de banderillas de
Uriel Moreno El Zapata y el de muerte fue atestiguar el paso del tiempo. Con el
cuarto, algo similiar. Un turno de trámite ante la ausencia de casta.
Doblarse e intentar algo El
segundo fue el único ejemplar destacado del encierro, pero a David Fandila le
pasó absolutamente de noche. Justamente, en varas peló franco, con los pitones
debajo del peto. El granadino clavó siempre a toro pasado y con la muleta sabrá
dios qué intentó hacer. Si es que verdaderamente intentó algo. Un trasteo sin
estructura ni nada. Pensar en la estética y la plasticidad sería una
ingenuidad. Si el quinto fue malo El Fandi lo superó con creces. Ni pudo ni
quiso. Un segundo tercio de saltimbanqui y con la muleta montó un espectáculo
aún más degenerativo. Trapazos que dejaron por encima la falta de casta del
garfeño. Poco duró aquello afortunadamente, pero darle muerte fue una
atrocidad. Muchos gestos, cambios de espadas y descabellos. Al final, un nunca
vuelvas. Nada tiene que aportar este hombre en esta plaza y mucho sitio le
quita a toreros que sí necesitan hacer un paseíllo aquí.
O desperdiciar rotundamente un puesto El
tercero tuvo cierta convicción para acudir. Sin embargo, era mayor la
mansedumbre. Pasaba despacito, sin molestar, con mucha docilidad, sin emoción,
soseando y terminaba con la vista por encima del palillo. Pareció que Mario
Aguilar se contagió de tal indolencia. Sumó pases, tandas, que no transmitieron
otra cosa más que aburrimiento. El sexto tendió más a desarrollar sentido, y de
nuevo, no hubo evidencia de que al torero hidrocálido le corriera la sangre por
las venas.
El tiempo no espera *Fotos: Luis Humberto García
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