|
Debemos reconocer que el resultado obtenido este domingo por el Zotoluco en su encerrona es un invariable saldo a favor en comparación con lo que ha sido su paso por la Plaza México desde que volvió a ella tras una larga ausencia, es decir, desde el 2010. En este lapso de tiempo, hemos visto a un torero constantementemente a menos en varios sentidos, pero, principalmente en el de su tirón en taquilla y su atractivo para la afición. Pasó a ser el abreplaza, que, sin españoles, no mete ni diez mil personas a la plaza. Para muestra, el festejo de la temporada anterior en el que, junto con Talavante, lidió Bernaldo de Quirós. Esa conjunción de nombres, asumidos como figuras, y una ganadería supuestamente de prestigio, no lograron dar al cuarto de plaza. En esta ocasión fue diferente, un conveniente aparato publicitario se echó a andar y la convocatoria del Zotoluco aumentó considerablemente. Sin embargo, siguió por debajo de lo que consideraríamos conveniente para una encerrona.
Media plaza se congregó a ver la primera encerrona en treinta años realizada en esta plaza. Desde que Eloy Cavazos fue zarandeado por la afición capitalina en su primera despedida ningún torero se había lanzado por tal logro. Con un planteamiento misteriosamente similar a la encerrona de Adame, que nos hace pensar en que las mismas manos están detrás de ambos festejos, Zotoluco implementó trasteos de todos los tipos en los que exhibió su tauromaquia, por demás conocida en este coso. Con los toros de Marrón y Javier Garfias hubo buenos momentos por ambos lados, en los que lo ademanes típicos del chintololo pasaron a segundo plano. Dado su mal desempeño con la espada, con la que dio una lección de cómo se mata en los blandos, cosechó sólo una oreja de dos que podría haber conseguido, sin adentrarnos más a fondo los defectos de dichos trasteos y si los toros eran para más.
El resto de la encerrona transcurrió en tono descendiente, empezando por el geniudo tercero de Jaral de Peñas, que nos dejó esperando al torero poderoso que cacarea el establishment taurino desde hace décadas. El toro de Montecristo, aparentemente dañado de una pata, dejó uno de los momentos más toreros en muchos años, con un superior puyazo cortesía de Nacho Melendez, que aguanto en su cabalgadura como los grandes, citando, toreando, dando el caballo de frente, quien también hizo un gran trabajo. Caballero y caballo se despidieron en medio de una ovación de lujo. El resto de la lidia se hundió en la intrascendencia y se perdió en medio de una penosa- pero muy oportuna para la causa del matador- bronca en las alturas allá por toriles.
El de Xajay fue un toro muy potable, pero tristemente escaso de fuerza, motor, y recorrido. Aun así, haberle arrancado solo una oreja protestada en la capital mundial del orejismo es para meditar concienzudamente. Gilberto Ruíz Torres mandó un aviso fantasma, inaudible en la plaza, pero muy reportado en las redes sociales. Cerró plaza un horrendo bisonte americano de Fernando de la Mora, con más kilos encima que cualquier cosa. Un toro de mucha nobleza y calidad, pero con demasiado peso para desarrollar esa embestida de la carretilla de la ilusión con la que sueñan todos. Guillermo Martinez quitó por bellos faroles tapatíos, y Christian Ortega, el otro sobresaliente, ya no salió a colocarse en el segundo tercio. El animal desarrolló resabios y cabezasos, seguramente agobiado por su peso, por lo que el Zotoluco abrevió y terminó la encerrona.
¿Qué balance podemos extraer de la encerrona? No solo el terrible planteamiento de la temporada, que no logrará una mejor entrada que la de este domingo en ningún otro de los primeros doce carteles, sino que el Zotoluco debe pensarlo muy bien antes de perderse definitivamente. Es de destacar el decoro con el que el Zotoluco libró el trance, sin embargo, no hubo más que eso, decoro. Una encerrona en una plaza como La México no debería, bajo ningún motivo, quedarse tan corta. Y, desafortunadamente, Eulalio ya no tiene gran proyección hacia el futuro, e incluso es muy tarde para “renovarse o morir”. El lucimiento de la figura, la brillantez del torero con un concepto clásico bien cimentado, la pasión por un torero, estuvieron ausentes en la encerrona. Ya no se cuece el chintololo al primer hervor, y si no tiró del carro antes, ya no es tiempo de hacerlo. Por lo tanto, tras este éxito relativo, cabe que el Zotoluco se siente por un momento, se examine, y dictamine que rumbo debe tomar ahora. Debe tener bien claro qué hay adelante, qué le queda por hacer al Zotoluco.
|
|