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Flojo para una inauguración, así lucía en el papel el cartel. Morante de la Puebla no dejo el mejor sabor tras su incursión anterior en México, El Payo nunca había dado el estirón en esta plaza, y Diego Silveti no pasa por el mejor momento, ni cuenta con el favor de la afición capitalina en este momento. La corrida de encaste Atanasio de Barralva, siempre esperada, fue motivo de polémica en redes sociales a lo largo de la semana, pues, como ya es costumbre, no conocimos las fotos del encierro en los corrales, sino aún en la ganadería. Éstos cumplieron a secas en trapío, y, dentro de la mansedumbre, fantasma presente durante toda la corrida, se dejaron meter mano en términos generales.
Otro punto que causaba escepticismo, era el de qué entrada podría provocar el cartel anunciado. Finalmente, la entrada llegó a unas veinticinco mil personas, más de media plaza, que, con el aforo de la Plaza México, es un auténtico gentío. En fin, con un buen ambiente, el festejo inició encabezado por tres alguacilillos montados, como ameritan las grandes ocasiones, y no con uno, como se había hecho costumbre en el coso metropolitano. Minuto de aplausos por el matador Pepe Luis Vázquez. Y entonces sí, por fin salió el de las patas negras. ¿Y qué pasó?
Morante, que anduvo muchas más torero que en actuaciones anteriores, e incluso más dispuesto, no dejó de pecar de un imperdonable en la Plaza México: de apatía. El de la Puebla del Río se viene abajo con demasiada facilidad: aun cuando inicia con buenas intenciones, deja de insistir con prontitud. Si bien terminó por mostrar en algunos momentos su ya tradicional indolencia, en esta ocasión no cayó en la falta de respeto que llevó la temporada pasada por varias plazas. Morante no fue el de la temporada pasada, y dejó detalles con el segundo de su lote, con el que no terminó por echar la carne al asador, y con el regalo, mansito perdido. Quizás, si abandonara ese discurso de los duendes y el toreo de arte, que tanto daño le ha hecho, la actitud de la afición hacia él podría cambiar. Yo rescato su intento por hacer algo, por agradar, que difiere de sus exhibiciones más próximas en el tiempo. El veredicto de La México fue pitos, pitos, y división de opiniones tras tantos avisos como dedos tiene una mano, aunque la hostilidad esperada no se hizo patente con la virulencia de, por ejemplo, su última tarde en esta plaza, con Villa Carmela, el Pana, y Joselito.
Entre quiero pero no quiero había quedado Morante con los de su lote El Payo fue luz y sombra. Por un lado se le escapó probablemente el mejor toro de la corrida, y por otro, dejo, probablemente, su mejor faena hasta el momento en la Plaza México. A su primero definitivamente no le pudo a cabalidad, y por momentos lució incluso corriente. Tal como el cinco de febrero pasado, volvió a cortar su trasteo cuando parecía que al astado le quedaba aún bastante que torear, parecía que el Payo seguía sin encontrar la faena que la Plaza México le pide en cuanto a estructura, en cuanto a ritmo, y en cuanto a métrica. Sin embargo, mató a Gorrión un estoconazo verdadero, de los que sí que valen una oreja por sí mismos, que se ven muy, pero muy raramente. Ante ello no queda mayor pero que ponerle a la oreja.
Con Gorrión tuvimos aún a El Payo que le falta solidez y toreo de verdad Con el quinto, un castaño acochinadito, Octavio García se creyó su título de matador de toros, y realizó en el ruedo de la monumental capitalina uno de los trasteos más sólidos que le hemos visto. En el limbo entre la famosa salida fría del encaste Atanasio y ser un mansito, Cardicito, cumplió a cabalidad con lo que hemos visto de su encaste en España (cuando existía). Sin embargo, pasaban los tercios y la condición del castaño no terminaba por mejorar. Ya bien metido en la faena de muleta, el Barralva aun hacía por rajarse. El Payo mantuvo la cabeza fría, funcionando en todo momento, y utilizándola a favor del toro, aun por encima de las cuadrillas, que toda la tarde anduvieron por debajo del ganado. Cuando todo quedó en sus manos, el Payo optó por lo que ya nadie opta: meter al toro en la muleta y sujetarlo cuando intentaba rajarse. A diferencia de con el segundo, con el quinto estuvo sólido, serio, en torero grande, cosechando un triunfo rotundo que debe marcar un parteaguas en su tauromaquia. El Payo debe ser siempre el de Cardicito, y nunca más el de Gorrión. Dos orejas totalmente válidas, y un arrastre lento exagerado, para no variar.
Con Cardicito, que no fue fácil, sí que estuvo en gran torero Diego Silveti, indefinido en su estilo, no termina por convencer en la Plaza México desde el rabo. Este domingo no dijo nada ante dos toros, entre ellos un serio sexto, prometedor, que, para su buena fortuna, no terminó por romper completamente a bueno. El próximo domingo repetirá en la segunda corrida de temporada. Veamos cuánto tiempo pasará antes de que levante, o de que, finalmente, la afición de la Plaza México le pierda el respeto a él y a su apellido.
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