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Miura siempre es un acontecimiento, si lleva casi diez años sin venir a Madrid, mayor es, y aunque el juego de los toros no sea de gran celebración, siempre es mejor quedarse con la botella medio llena del juego encastado de los dos primeros y la bravura del tercero, por más que una corrida enlotada al revés, donde los toros interesantes salen los primeros y los tres últimos se pierden entre la blandura y la sosería deja siempre un sabor agridulce.
 Rafaelillo es especialista en Miura y puede sacar muletazos así a toro tan largo Rafaelillo es un especialista que sabe sacar juego a los miuras, darles espacio y salida sin obligarles en demasía y respetando su aire permanentemente distraído. Castaño deja lucirse a su cuadrilla que fue bien recibida y homenajeada y al propio toro que siempre parece valer más en sus manos y Serafín se estrelló contra esa manía de Las Ventas de medir a los toreros modestos no en función del toro que tiene delante, sino en relación con el arquetipo del toreo que los que gritan tienen en su cabeza y que rematan con el cansino grito de: “Se va sin torear”.
Tenía el final de la corrida un aire de despedida relajada, quizás porque la feria se había acabado el viernes con los encastados victorinos y los Miura, faltos de la habitual policromía de sus capas, eran un estrambote que se veía más como una guinda en el pastel de la entretenida feria, que como el plato fuerte de la misma.
El año que viene más, aunque muchos seguimos celebrando la recuperación de la casta de los victorinos y esperando la llegada del nuevo mesías que ponga del derecho el toreo actual, que tantos vemos del revés.
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