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No hay verdad en la fiesta de los toros. No digo siquiera que no haya justicia porque es harto evidente que este mundo es tan injusto como la propia vida. Mantengo que no hay verdad, no hay honor ni nobleza. Llenaos la boca vosotros taurinos diciendo que la fiesta de los toros es grande y magna y os llenaréis la boca de mierda.
Llamáis "artistas" a personas cuyas obras no están al servicio de la Verdad, habéis creado una Fiesta egoísta, difundís mentiras y creáis monstruos que llenan las plazas de toros de una incultura taurómaca supina. Queréis fama fama fama y fama. Os importa el toreo nada. NADA. Y se ha conseguido que hasta a los toreros el toreo les importe nada. La rabia crece, se reproduce y muere vaciando las plazas de toros. Queréis que muera un torero en la plaza y lo conseguiréis porque los toros tienen cuernos pero no queréis ver el Toreo, lo aborrecéis. Habláis de Arte sin siquiera haber mirado Las Meninas. Buscáis un novillero para hablar de él. Apoderáis a toreros para que abran puertas grandes. Adelantáis la pierna para pedir. Plancháis la muleta para que en la televisión luzca bonita. Y para vosotros un carrusel es el no va a más de la circunferencia.
 Esta forma de interpretar de Urdiales SÍ es El Toreo Diego Urdiales toreó hasta que el toro dijo basta. No sólo toreó sino que dio una clase magistral que vosotros toreros, vosotros novilleros, vosotros ganaderos y vosotros apoderados veréis y repetiréis hasta la saciedad en vuestros rincones más íntimos. Pero no agacharéis la cabeza. La alzaréis para tumbarle. Y celebráis que marre y marre con la espada. Ésa es vuestra Fiesta. La Fiesta de la rabia.
Miguel Ángel Perera toreó con solvencia e incluso con poder. Su toro aguantó porque el diestro supo hacer que aguantase. La espada cayó trasera y efectiva y espectacular en su muerte. Los olés de la fama que no del Toreo sólido y mayúsculo tronaban en la psicótica plaza de Madrid. Dos orejas. La Mentira. Y un Torero sale por la Puerta Grande de Madrid sabiendo que todo es mentira y que quien es portador de la suprema verdad anda camino de la puerta de cuadrillas entre cariñosos aplausos. Eso no es de artista, es de torero; no es de genio, es de uno más.
Antonio Ferrera fue digno testigo del juicio a la fiesta y salvó su lote dirigiendo las lidias y salvando a un picador.
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