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Bien está lo que bien acaba. Así los dos últimos toros de Adolfo Martín dejaron claro su compromiso con la casta. Al precioso quinto toro, cárdeno claro y capirote, Urdiales no acabó de ver clara la distancia ni las maneras y así como pisaba el terreno del toro en el primer pase, luego se retiraba dejándole espacio para ligar la serie y el toro renuente no acudía hasta que el torero no le volvía a pisar su sitio, cerrando una faena con dientes de sierra en cuanto a la emoción y la entrega.
Aunque el montaje de la faena de Perera fuera parecido, la diferencia la puso el temple y por tanto el remate, tanto de los pases como de las series. Consintió Perera a su toro, lo enceló en la muleta y lo dominó con el temple, consiguiendo dos bellos naturales rematados con el de pecho y otro gran natural más también abrochado con el de pecho, dentro de una faena cerrada, ya que no maciza y rematada con una soberbia estocada.
 Perera en redondo con el sexto Está Perera muy centrado con el toro, le engancha bien y lo remata atrás, pero no emociona, porque la emoción surge al desviar la trayectoria del toro. Rompe el viaje del toro en el primer pase de la serie, pero lo remata fuera y luego se coloca al hilo para que el viaje del toro siga desahogado, rematando, ahora sí, bien atrás. Digamos que el diseño de su pase es una J, mientras que la belleza y por tanto la emoción aparece con más claridad cuando el diseño se aproxima más a la ¿.
El papel de la corrida era Perera y los toros de Adolfo Martín y el matador cumplió con creces, con su capacidad, decisión y entrega, mientras que los toros se dividieron en dos mitades, la segunda mejor que la primera sin que en ninguna de ellas estuviera sobrada la emoción de la casta.
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