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Hoy no se sabe si como ayer ha acudido a la plaza un comando anti para encabr…itar al personal. Quizá el suceso de saltar al ruedo sin camiseta era parte de una estrategia instrumentada contra la Fiesta. ¿Quién nos dice que no estaba previsto el que hubiera una invasión por día? Pero lo mismo tenían ya la pancarta preparada cuando Diego Urdiales ha dibujado unos derechazos en los que no cabía más verdad, más gusto, más clasicismo, pureza y pasión. ¿Qué es eso? No lo sé, pero es tan bello que no se merece interrumpirlo por ninguna pancarta, a no ser que en esta pusiera un olé muy grande.  El toreo fundamental y sin trampas Muleta plana, la pierna contraria adelantada, el de Adolfo embarcado queriendo coger ese trapo que veía como se le iba cuando casi lo podía acariciar con los pitones. La muleta imponiendo el ritmo, el corazón la cadencia y Diego Urdiales toreando. Así de fácil, algo que se describe con una palabra, pero que encierra mucho más, porque torear es citar al toro, en este caso con la muleta en la mano derecha, cogerlo antes de que este llegue a la altura de la cadera, haciendo que los pitones se vean envueltos en la tela y que pasen rozando el muslo de la pierna de salida adelantada, como si fuera el pilar del toreo al que el toro rodeará, para salir una vez que haya superado la cadera opuesta a la de entrada.
Si esto es el toreo, el verdadero toreo, el que se constituye en arte efímero y sorprendente, ¿qué es esa sucesión de pases que han llevado a Perera más allá de la Puerta de Madrid? Parece un sinsentido, el toreo queda oculto tras la ilusión que es lo que el extremeño pone en práctica y que ahora no me atrevo a llamar toreo. Urdiales no ha ido al encuentro del trofeo, una oreja, se ha quedado varado en las rocas que ha encontrado su conformidad. En cambio Perera solo ha tenido que esperar el premio, quizá excesivo, que le ha venido dado por un entusiasmo y triunfalismo benévolo que invade la plaza de Madrid y que mantiene una tendencia ascendente; como si pretendiera vestir a Madrid de plaza de la costa para turistas. Hasta Ferrera ha estado en torero cuando cayó en la cuenta de que el caballo que se marchaba necesitaba amparo ante un toro que no lograba desligarse de la caballería o cuando en un momento de máxima tensión ha abrazado y rescatado de los pitones del de Adolfo Martín al picador caído en el suelo y a merced de la fiereza del toro. Quizá sucesos como estos y muletazos como los de Diego Urdiales, son los que nos hacen afirmar que qué bello es el toreo.
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