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Macetero vino a salvar con su fiereza una plúmbea corrida de Cuadri. Una corrida mal planteada, como tantas en esta feria, que parecía concebida como una corrida de la oportunidad ambientada por Castaño y su famosa cuadrilla.
La fiereza del toro es la salvación de la fiesta, mal que les pese a muchos. Da importancia al valor del torero, añade la imprescindible emoción por cuanto se ve la incertidumbre del resultado, demuestra la importancia de la técnica para salir con bien del enfrentamiento y marca el espacio donde se podrá desarrollar la fiesta del siglo XXI.
 La fiereza salva a la fiesta pero no resulta gratuita Claro que la fiereza no es fácil de dominar y si no que se lo pregunten al valiente e inexperto José Carlos Venegas, quien añadió a la natural dificultad del toro, la mala lidia y el espantoso tercio de varas que es para descalificar al picador Santiago Rosales. Crudo el toro, por mal picado, Venegas se vio desbordado por la incansable repetición de la embestida que no era capaz no ya de dominar sino de vaciar adecuadamente. Sufrió una espeluznante cogida donde Macetero se lo pasó de pitón a pitón para acabar tirándolo al aire, de la que salió seriamente conmocionado, pero volvió a la cara del toro sin arredrarse, hasta dar honrosa muerte al animal.
Antes habíamos tenido sosería, nobleza y descaste, expresados de cinco maneras distintas pero todas carentes de emoción, justo lo contrario de lo que se espera de una corrida de Cuadri, en la que brillaron los banderilleros, con grandes pares de todas las cuadrillas y dieron una fea nota los picadores.
El futuro de la fiesta no está en la embestida noble, mecánicamente repetidora y carente de emoción que nos intentan imponer, sino en el enfrentamiento del torero con la fiereza del animal bravo, cuyo dominio es la mejor expresión de la belleza singular de la tauromaquia.
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