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Los viejos aficionados repetían como una letanía esa sentencia que parecía un absurdo, pero que describía a la perfección el secreto del éxito de la suerte suprema. Los hay que se lanzan al morrillo si ¡n muleta para regocijo del público, los que echan una carrerita para fuera y meten la mano sin preocuparles dónde cae la espada, todo da igual, lo importante es que el toro caiga y punto. Se aplauden con entusiasmo estocadas caídas, traseras, pescueceras, en las que el matador se lanza como un relámpago, con tal de pasar el trámite previo a las idolatradas orejas. Cualquier cosa es una buena estocada o matar bien, todo vale mientras la espada quede dentro del toro.  Darle de comer con la muleta Pero hay días en los que surge el milagro; con todos los parroquianos reunidos alrededor de la arena y sacudiéndose el sopor y el aburrimiento como cada uno consideraba, tras una faena demasiado jaleada de Alberto Aguilar, la estocada se hizo presente. Según opiniones, esa conglomeración de pases insustanciales merecían un trofeo, a otros les parecía una exageración más en esta feria y o se unificaban ilusiones o ya teníamos otra vez montado el pitote. El madrileño cuadró al toro en la suerte natural, sin parecer importarle que este tuviera una mano más adelantada. Con buen criterio, desistió y se pensó el tirarse de cualquier forma. Movió la muleta y el toro entonces sí que quedó perfectamente cuadrado pidiendo la muerte. Lió la muleta, se perfiló, adelantó la rodilla izquierda y en lugar de tirarse sin más, encogió el brazo izquierdo para extenderlo al hocico del toro; este hizo por el engaño, humilló para ir a por él y aprovechando ese instante justo en el que descubrió la muerte, Alberto Aguilar estiró el brazo derecho y metió la mano empujando la espada hasta los gavilanes con despaciosidad, dejándola en todo lo alto. La suerte suprema recuperaba su jerarquía de la mano de un torero que casi no llegaba a ver el hoyo de las agujas, pero para ser matador de toros no hace falta ser un gigante. Solo se necesita mano izquierda y empujar el acero con el corazón. Y si alguna tarde de estas ven una tertulia de viejos aficionados, no pierdan detalle, porque allí fue donde escuché eso de que la zocata es la que mata.
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