Nadie tan importante como el toro

Pero no solo es la fachada, casi lo de dentro impresionaba más que lo de fuera. Solo me voy a detener en el segundo, un castaño que le ha tocado “en suerte” a Luis Bolívar. De salida ya buscaba el engaño con ganas de engancharlo y destrozarlo, igual que se ha arrancado al caballo, con una alegría que te hacía creer que el animalito iba a un cumpleaños a la piscina de bolas. Es verdad que no le ha hecho mucha gracia eso de las banderillas; no ha podido disimular la contrariedad que le producía el tener que lucir los palos forrados de papelillos de colores. Pero ha sido ver la muleta y se le ha pasado el disgusto, ¡qué barbaridad! Entraba como un tren y el colombiano hacía lo que podía, bastante tenía con andar por allí. El toro se iba adueñando de la fiesta, mientras el espada se libraba de aquel vendaval de la mejor manera posible, mientras se encomendaba al patrón de los ferroviarios, rogando para que aquel mercancías no le diera un paseo en esos pitones en los que cabía toda la sección de muebles de unos grandes almacenes. A ver cómo se come esta mezcla explosiva, pitones, casta, bravura y unas ganas de ponerse la muleta de peineta que no había quien se las quitara. No creo que nadie le tenga en cuenta a este Tomillero, pues se dolió en banderillas y eso no se puede consentir. Los premios están reservados para esos toros bonitos a los que no se puede picar, no vaya a ser que se desmoronen, pero que siguen dócilmente los engaños, por muy mal que sean manejados por sus matadores.