Cuando el aficionado iba a ver una novillada había varios factores que se cruzaban, la ilusión de descubrir un nuevo valor, la responsabilidad de enseñar a los que daban muestras de poder ser alguien en el toreo y disfrutar de esa bisoñez y entusiasmo de los jóvenes toreros que tapaban la falta de experiencia con un entusiasmo arrollador. Lo que por norma era censurado con rigor, en las novilladas se aplaudía, pero sin olvidar su labor docente de aficionado serio, pero que en la propia severidad dejaba asomar la flexibilidad del que sabe dar a las cosas la verdadera medida que merece el caso. Pero eso era hace años, muchos, eso pasaba en el siglo pasado, no en este en el que los novilleros en su mayoría exigen, porque ya se sabe, el paga, manda. Y no digo más.

Como si fuera una corrida de postín, se anunciaba una cuidada y mimada corrida de Guadaira, que a la hora de la verdad ha tenido que ser parcheada con tres reses de Montealto. Pero no nos extrañemos, los chavales y los que los llevan, tienen muchos espejos en quien mirarse y si lo que quieren es ser figuritas, cuanto antes empiecen a chanchullear, mucho mejor, así cuando lleguen a la alternativa ya sabrán emplear sus armas para presionar a la autoridad y equipo de veterinarios para que les cuelen una corrida bochornosa. Pero aquí no queda la cosa, los hay que son alumnos tan aventajados, que hasta se permiten caerse del cartel, despreciar una novillada en Madrid, durante la feria de San Isidro, tal y como ha hecho Martín Escudero. Será que ya lo tiene todo hecho en esto del toro y que lo único que tiene que preocuparle es mantener bonitas las fincas que ya posee.

El sustituto del descolgado del cartel ha sido Román, novillero dicharachero y con un parloteo sin sentido en esto de torear. Pases y pases, como el charlatán que habla y habla, pero que no dice nada. Él y sus seguidores parecen muy convencidos de la enjundia de su discurso, pero su mensaje no pasa del lalalalalalala, que ya cantaba Massiel. Por otro lado, Posada de Maravillas parece uno de esos toreros que se creen elegidos para la gloria. Esos toreros rodeados de un halo de artista con sensibilidad y bellas maneras, pero que no soporta el más mínimo análisis en profundidad. Mucha postura, mucho amaneramiento y nada de toreo, lo mismo en esta, que en su anterior actuación en la feria. Puede que piense que esto ya le queda pequeño y que con la alternativa a la vista, su estancia en el escalafón novilleril es una eventualidad pasajera, previa a su tránsito a la gloria

Gonzalo Caballero en un muletazo con valor

Afortunadamente aún quedan chavales con ambición y me atrevería a decir que hasta con afición, que quieren ser toreros, que no están dispuestos a dejar pasar una y que antes prefieren pecar por exceso, que por defecto. Entre estos está Gonzalo Caballero, quien para demostrar su felicidad y orgullo de hincha rojiblanco sacó un capote de paseo con el escudo del Aleti de sus amores, el reciente campeón de liga y subcampeón de Europa. Es como si el Cholo Simeone le hubiera cogido por banda y le hubiera dicho aquello de que el esfuerzo no es negociable y que hay que ir novillo a novillo. Como atlético que es uno, podía haberme decidido a dibujar al madrileño liado en esas sedas colchoneras, pero no sería justo con él. Quizá en uno de los quites en los que ha entrado en los novillos de sus compañeros, incluso en el inicio de faena a su primero, pasando al de Guadaira rodilla en tierra por ambos pitones, templando el viaje, pero después de varios días en los que lo más destacado eran las orejas, los cabestros o un toro buscando a su matador supersónico, me ha ganado un derechazo de Gonzalo Caballero. Así de simple, un pase fundamental del toreo. El madrileño parece haber sido iluminado por el espíritu del bien torear y tras ese inicio del trasteo por abajo y ya en pie, ha ofrecido la muleta plana, ha citado y ha embebido al toro corriendo la mano, con naturalidad y tirando de él hasta llevárselo detrás de la cadera. El resto ha sido una faena irregular, pero al menos hasta aquellos aficionados antiguos se habrían ilusionado y quizá se habrían aventurado a hacer predicciones del futuro del chaval. Lo que habría que saber, aunque se pueda adivinar, es qué sería lo que exclamarían con esos otros que se mueven como “cachorros de figuras”.