A veces uno se hace un lío con lo que ve y con lo que pasa. Uno ve que en un domingo de la feria de San Isidro se quedan sin ocupar más de un tercio del aforo y piensa: pues va ser porque la plaza es muy incómoda y la gente no va, prefiere quedarse en casa o en un parque comiendo pipas, a pagar por sentarse en la dura piedra de Las Ventas… comiendo pipas. Pero luego resulta que los que van se tiran más de tres horas con sus nobles posaderas aplastadas contra el granito y aguantan y aguantan, como si estuvieran más cómodos que en brazos. ¿Quién entiende la condición humana? Que empezó la corrida de Peñajara, ¡huy! perdón, la corrida de hierros de diferentes ganaderías, a las siete, puntualidad británica, ¿no? Y eran las nueve y estábamos en el ecuador del festejo. Ocho animales habían salido por la puerta de toriles, como ocho soles. Que es más fácil recitar los Reyes Godos, que la retahíla de ganaderías que han salido al ruedo. Que servidor empezaba a pensar que veríamos un cabestro descencerrado y pintado de negro como uno de los de lidia ordinaria.

Una tarde tan festiva, con cartel de domingo, pero no de feria, sino del 7 de agosto, con los ya dichos de Peñajara, Víctor Puerto, Eugenio de Mora y Alberto Lamelas. Y habrá quién se pregunte que qué pintaban en este cartel los dos primeros, pues no sé, ¿les recito los reyes godos? Víctor Puerto ha estado por allí, se lo aseguro, desconfiado y despistado, pero ha estado. Eugenio de Mora hasta se ha pegado una vuelta al ruedo tras acabar una faena plena de trapazos, pico a discreción, carreritas, mucha vulgaridad y sin mando, había que estirar las piernas, no fuera a ser que le atacara el síndrome del pasajero de la clase turista y se le entumecieran las canillas. Y el tercero era Alberto Lamelas, quien en su primero quiso hacerle bien las cosas al de Peñaj…, no, al de Torrealb… no, tampoco, al de los Chospes, a ese. Aguantando por el pitón derecho, a veces tirando de pico, algún muletazo embarcando al toro y aunque quiso exprimir demasiado al animal, hasta hacerse pesado, demostró una disposición encomiable, ofreciendo casi siempre el pecho en el cite.

Los triunfadores de la tarde

El paisanaje de unos y otros, igual esperaba que su torero saliera triunfador y se erigiera en protagonista de esta tarde, pero no, porque las verdaderas estrellas de la tarde han sido los pupilos de Florito, el cabestraje que ha ido guiando a los toros uno por uno, de vuelta a los corrales. ¿Se imaginan lo qué podría haber pasado si no se hubiera contado con la capacidad envolvente de los mansos? Pues que aún estaríamos acomodados en la piedra venteña. Alguno se ha resistido más de la cuenta, pero entonces el mayoral ponía en marcha el plan “Me quito la chaqueta” y con torería y eficacia llevaba el toro hasta la salida, invitándole a abandonar el ruedo con uno de pecho muy sentido y profundo. Gracias a Florito y asociados, porque de no haber sido por ellos, con toda seguridad, nos habríamos hecho la canción de Sabina al completo y nos faltarían horas. “Y nos dieron las nueve, las diez, las once, las doce, la una… y así hasta el amanecer”.