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Muchos son los que afirman que esto de los toros es cuestión de emociones, que las siente el que está en el ruedo y que se las haga llegar al que ocupa los tendidos. Y que mejor para ello que hacer que el toro haga acto de presencia en el ruedo, manso o bravo, pero con casta, ese ingrediente que hace que nada sea predecible y que la incertidumbre sea el aliño que hace que el espectador no pueda estar pendiente de otra cosa que de lo que sucede allí abajo. Luego vendrá lo de crear arte o no, eso ya depende de la capacidad de los lidiadores para convertir esa pelea entre la inteligencia y la fuerza bruta en un acto rebosante de belleza.
Había tres novilleros dispuestos a todo, cada uno en su estilo, Francisco José Espada, Posada Maravillas y Lama de Góngora, pero a pesar de la oreja y por momentos del entusiasmo que ha crecido entre el público, no han superado el primer precepto, poder al toro. Eso sí, los tres han mostrado su inclinación decidida a practicar el toreo de la escuela moderna de la Tauromaquia 2.0, mucho pase, ventajas y en muchos casos, poca lógica, desoyendo lo que el toro pide en cada caso. Alumnos aventajados en eso de no escuchar lo que la buena lidia exige, movidos en sus decisiones por mecanismos sólidamente implantados y que aplican a todos los toros, como eso de sacudir capotazos de recibo para cubrir el expediente, pedir el cambio con dos entradas al caballo, que no puyazos, y liarse a pegar trapazos allá donde el animal decida que quiere estar. Hasta hay quien dice que si a la torería actual se le pusiera un pasamontañas para salir a la plaza, no habría forma de distinguir a unos de otros, pues todos, o la gran mayoría, torean igual. Y no digamos nada de las faenas, derechazos, luego naturales y cambios de mano sin lógica alguna.  La suerte de varas aparece de tarde en tarde Pero afortunadamente hay veces, las menos, que se produce el milagro y se ve un toro o novillo que aún lleva dentro unas gotitas de casta. Eso ha ocurrido en el quinto de la tarde, cuando los aficionados aún estaban paladeando las buenas y repetidas embestidas del que ha hecho cuarto. Recibía Posada Maravillas a este de el Montecillo con unas verónicas templadas y con los pies firmes en la arena, para cerrar con una media muy abelmontada, aunque este arranque de toreo le ha durado muy poquito, pues ni tan siquiera ha puesto en suerte al novillo, se ha limitado a dejarlo por allí, para que el propio novillo eligiera terrenos. El picador lo ha recibido con un puyazo en buen sitio, aguantando la embestida y la fijeza del animal que metía los riñones como hacía tiempo que no se veía por estas tierras. La imagen del equilibrio perfecto, Antonio Palomo por un lado, en su montura, y el del Montecillo llevando a montura y caballero hasta las tablas. Ignoro si habrá alguien capaz de afirmar que ese espectáculo no le emociona, aunque luego tome el tercio de varas como un trámite, pero al menos hemos podido recordar como empuja un toro en el caballo, que ya es mucho en los tiempos que corren.
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