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Si seremos buenos y afortunados los aficionados a los toros, que un día uno de ellos se encontró una lámpara mágica, la frotó salió un genio maravilloso y a su libertador le concedió tres deseos, siempre y cuando los compartiera con sus semejantes. Y sin pensarlo, el aficionado pidió que salieran toros encastaditos, sin excesos; con genio, sin agobios; y que las dificultades que pudieran presentar se pudieran solucionar con la decisión de unos toreros bien plantados y con ganas de triunfar de verdad. Pues ya está, dicho y hecho, en los corrales de la plaza de Madrid aparecieron cuatro de Couto de Fornilhos. Alguno más complicado que los demás, pero todos, el quinto en menor medida, aptos para hacerles el toreo de verdad, el que exige mandar y dominar al toro, para que el aficionado se dé cuenta de lo que tiene delante. No me atrevería a considerar a ninguno una boba de campeonato, ni mucho menos. Lo único que estos pedían es una lidia ordenada y lógica, no dejando al toro andar a su aire y administrándole el castigo que precisaba. Y así ocurrió con el primero de Morenito de Aranda, pero luego la cosa se torció y los toros portugueses de Couto dejaron en evidencia a los tres coletudos de la tarde.
Tanto pedir un toro con casta y al final no sirve de nada, si acaso para demostrar que la torería solo se limita a dar pases y no a torear. Que no diré que fueran el paradigma de nobleza, bravura y boyantía, pero merecían otro trato al dispensado por Paulita, Morenito de Aranda y Sebastián Ritter. Los dos remiendos de Gerardo Ortega en cambio, se ajustaron mucho mejor a los cánones modernos, toros sin nada dentro y mucho menos fuerza.
 El remate de Morenito Morenito de Aranda parecía muy centrado en su labor, llevando la lidia con minuciosidad, recogiendo al que hizo segundo con unas verónicas vistosas, llevando al toro metido en las telas, ganando terreno, cerrando con un remate con gusto, una media muy recogida, volviendo la cara por el lado contrario. Bonita estampa que parecía presagiar una tarde de buen toreo, pero no fue así, todo se torció en el momento en que el matador tomó la muleta. Muletazos agolpados y sin sentido que aburrían al toro casi más que al respetable. Lo mismo que ocurrió con sus compañeros de terna, que en cuanto veían que no podían con lo que tenían delante, tiraban de arrimón, arañando algunas palmitas. Habrá quién se habrá aburrido, quien no habrá visto la condición del ganado, pero yo les aseguro que me apuntaba a esto todas las tardes. Lo mismo hasta cambiaba radicalmente el escalafón. Lo que no querría volver a ver son los de La Palmosilla, Juan Pedros, Jandilla y otras hierbas que quedan por venir. Pero si alguien se encuentra otra lámpara maravillosa, por favor, aparte de toreros esforzados, si es posible, pidan que también sepan lo que es torear, no pegar pases.
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