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Cómodo en mi hogar, en la maravillosa ciudad de Quito la “Carita de Dios” y, mirando a través de la televisión, pude mirar las maravillas del rejoneo donde, al fundirse la magia y el arte -en cada tercio de la lidia- entre el caballero en plaza, el caballo y el toro bravo, se produce una amalgama maravillosa en la arena, con lo cual disfruta el ser humano inteligente y vive con la emoción a flor de piel. Era la primera corrida de rejones de la feria de San Isidro, en la Monumental Plaza de Toros de Las Ventas.
No estuvo llena la plaza, lo que me llamó la atención pues, siempre ha habido una buena acogida al toreo a caballo por parte del público que asiste a Las Ventas pero, ¿por algo ha de ser, verdad? Lo cierto es que, pude observar a familias enteras (desde los abuelos hasta los nietos) -con mucha alegría- mirar lo que los rejoneadores hacían en la arena cuando, dando muestras del dominio de sus cabalgaduras enfrentando a los astados, cumplían con cada uno de los tercios. La forma en la que paran a los astados para colocar el rejón de castigo y, ya en el segundo tercio, “bailar” frente a los cornúpetas para llegar a realizar el embroque y dejar sobre sus lomos las banderillas o farpas y, lo mismo hacer con pares a dos manos o con las cortas colocadas -incluso al violín-, es lo que todos entendemos por arte. Leonardo Hernández citando en banderillas Diego Ventura, dio una clase de lo que se debe hacer para cumplir ante el exigente público, aunque -cosa rara en él- falló con el rejón de muerte y, por ello, apenas pudo cortar un apéndice. Leonardo Hernández, cumplió frente a los dos mansos del encierro, cortando también una oreja. Y, el más nuevo de los tres, que confirmaba su alternativa, Andrés Romero, mostró gran dominio de sus caballos pero, se notó que todavía está verde y tiene mucho por recorrer. Lidiaron astados de Fermín Bohórquez.
Sin embargo, que sana envidia -desde la mitad del mundo-, cuando uno mira la maravilla del ser humano (la familia junta) y, lo que se conoce como patria potestad, a los abuelos, hijos y nietos mirando la fiesta brava, cuando -lamentablemente en mi país- esa libertad no existe, ya que, para poder ir a cualquier festejo taurino, tiene que haber cumplido 16 años de edad, de acuerdo al Código de la niñez y adolescencia (?). Por ello, creo que cuando se ve este tipo de espectáculos artísticos, me pregunto siempre ¿acaso quieren más?
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