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En el espacio de televisión previo a la corrida de esta tarde, fue entrevistado el ganadero Borja Domecq, propietario de los hierros a lidiarse. Habló sobre los toros de hoy, que si este o aquel tal y cual. En cuanto a presentación, no podía decir algo distinto a que era un encierro de esta plaza. Y por comportamiento, acotó primero que solo hay dos tipos de corridas: las buenas y las malas; las primeras son las que dan emoción y evitan que el público se aburra, las otras, lo opuesto por consiguiente. Se ciñó a la esperanza de que resultara de las primeras.
Terminado el festejo, tenemos el veredicto y conclusión definidas por el propio ganadero. El encierro de su propiedad ha sido de los malos. ¡Qué manera de anticipar!
 Bien se sabe Pero lo que asombra no es poner solo los extremos para no parecer aliviado por adelantado, por el contrario, hasta severo consigo mismo. No. Lo extraño podría ser aceptar por anticipado de manera tan natural -digamos-, y sin intención claro está-, lo que habrá de verse. Porque a la corrida no solo le faltó clase, como se insistió en los comentarios hacia el final, tratando obviamente de rescatar con la palabra lo que fue evidente. Al encierro le faltaba lo fundamental, y eso no desapareció intempestivamente.
Entonces, más bien nos preguntamos si el criador guardaba la esperanza de que aquello pudiera dar la pinta de bueno. Sabría que su desempeño en varas sería menesteroso. También que les faltaría fuerza física para sostenerse durante toda la lidia. Que difícilmente pondrían en aprietos a sus lidiadores. ¿O no? Porque el camino ha sido acomodar los rasgos de casta en favor de aquellas faenas mágicas donde el toro no incomoda. Ni eso se logró por completo. Algunos tendieron al mal estilo, y los más, a uno tan filtrado, que le hicieron perder la esperanza e impacientaron hasta al fan número uno.
*Foto: Muriel Feiner.
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