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Un instante será el tópico de este quinta corrida del abono isidril. Está claro cuál es: la estocada sin muleta. No es la primera vez que ocurre en la historia, y seguramente, no será la última. Sin embargo, ese tránsito que Iván Fandiño ha querido pasar, no ha sido una ocurrencia de momento. Lo sabemos. Esa elección tenía motivaciones muy definidas, además de querer enviar señalas puntuales -me parece-.
No es difícil pensar que Fandiño llegó hoy a Las Ventas con este as bajo la manga. Sería un recurso del que echaría mano para no dejar ir la Puerta Grande si esta estuviera ya entreabierta; o en el peor de los escenarios, para rescatar la tarde. Una moneda de cambio, pues. Precisamente al ser recurso para el intercambio es que se cuestionará.
A todos sorprendió, incluso a la dirección de cámaras, que se perdió cuando se perfiló y echó la muleta a un lado por primera vez. La cornada de hace un año y que le hizo perder la feria, no obstaba para dudar de su entrega. Pero no imaginábamos que echaría mano de algo así. En ese momento, le faltaba una oreja para salir a hombros, si ejecutaba la suerte para alcanzar el resultado deseado, las probabilidades de sumar el segundo apéndice eran altas, pero tirarse a matar así, podría darle hasta el tercer premio. Era un todo, o “nada” de nueva cuenta. Ese instante, le daría el otro tan anhelado.
 Muchas caras y mensajes en un solo instante ¿Por qué precisamente en la suerte suprema, y por qué precisamente así? ¿Era una contestación directa al julipié? Verlo completamente encunado, en un tú a tú sin alivios -salvo pasar por un punto ciego del animal, pero entre los pitones al fin- en el momento de la muerte, me hizo pensar que aquello era excatamente lo opuesto a esa manera tan ventajista y deshonrosa que un figura ha “perfecccionado” para pasaportar a los astados. En más de una ocasión Fandiño se ha pronunciado de viva voz en contra del establishment que mantienen esos grupos de élite. En un instante, en ese, y así, podía apuntar una señal franca hacia su líder, o ser al menos una señal.
Si el objetivo no tuviera un nombre propio específico, sí se trataba de uno encaminado a reiterar credibilidad. Y es que tenía que ser en el ruedo. Lo ha dicho de palabra, pero para sustentarla, para ser consecuente, tenía que ser ahí, comprometido delante de la cara del toro; no en cualquier sitio, sino en Madrid, en San Isidro. En un tiempo en el que se pretende que lo que se hace fuera sea lo importante, cuando regresan las hazañas o los momentos de protagonismo al ruedo, estos resultan excentricidades y se descalifican más por su falta de apego a los cánones, que todo lo accesorio. Puede ser este un acto de heroísmo pasajero, sí, pero mientras un instante como este sea un recurso eventual y sirva para provocar el celo, la vergüenza torera, el evidenciar a quienes eluden medirse frente a frente, puede ser válido.
Pero en ese instante encontramos un desconsuelo entre algunos aficionados mexicanos. ¿Por qué sólo la verdad y la integridad allá? Ninguna plaza de México dará ni una cuarta parte de lo que da Madrid, cierto, pero también se debe a esa negligencia. El torero que hoy quiso reafirmar la esperanza propia y de los aficionados, hace no mucho tiempo dejó de lado sus argumentos -porque acá es así- e incurrió en las tropelías contra las que se ha pronunciado.
Si ese instante puede mostrarle algunas caras en contra, la elección libre de ese instante, hace también patente que las puede refutar así, con dignidad y con el querer ser.
*Foto: Muriel Feiner.
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