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“Al novillero no hay que ver lo que hace, sino lo que intenta hacer”, me decía un gran amigo, periodista taurino y aficionado práctico Don Humberto Jácome, cuando en los años sesenta, iniciaba mi afición por el relato y comentario taurino radial, en la añorada Plaza de Toros Quito. Con esa frase en mi mente, prendí la televisión en mi hogar ubicado en la capital ecuatoriana y, me mantuve expectante durante toda la novillada. El ganado de Fuente Ymbro, no me gustó en absoluto pero, el deseo de ser alguien de los tres novilleros, interesó a todos, ya que, Mario Diéguez, poco pudo hacer en los dos novillos de su lote, salvo pincelazos con la muleta; Román Collado, en su segundo consiguió una interesante faena que, ante el pedido del público, con excepción del Tendido 7, cortó una oreja, ya que, con el primero no pudo hacer nada, aunque le dieron una vuelta al ruedo; y, José Garrido, brindó una gran faena a su primero, aunque falló con el acero y, en su segundo, lamentablemente, poco pudo hacer.
Pero, hubo dos situaciones que valen la pena destacarlas pues, en el último toro de la novillada, el respetable premió con una cerrada ovación en el tercio, teniendo que desmonterarse el subalterno de José Garrido, Jesús Diez “Fini” por dos pares muy bien colocados; y, el salto espectacular que dio el cuarto toro de la lidia y que causó momentos de tensión y peligro en todos quienes estuvieron en el callejón, incluyendo los alternantes. Tras del salto el novillo recorrió de un lado a otro el callejón limpiándole Un toro negro, de nombre “Mimoso”, con 504 kilos sobre sus lomos y que le correspondía al novillero más antiguo de la terna Mario Diéguez. Salió a la arena y fue hacia el capote de su matador pero, de pronto enfiló su carrera hacia el burladero de matadores y, en forma impecable se elevó salvando totalmente el obstáculo -como cualquier campeón olímpico- y, cayó en el interior del callejón. Pasó a centímetros de José Garrido que estaba siendo entrevistado por Canal Plus Toros y, continuó su recorrido, mientras subalternos, mozos de estoque y ayudas de los alternantes, saltaban como podían hacia el interior de la arena. Momentos de tensión, gritos de los aficionados y, al final, luego de un recorrido de algunos metros entre dos puertas que se abrieron para que salga el animal, se conoció que uno de los trabajadores de la plaza fue alcanzado, al parecer por un golpe de la pezuña del astado que le rompió la cabeza.
Hubo suerte pues, el salto tan intempestivo del animal, pudo haber herido a muchas más personas. Es decir, se trató de algo grave pero con felicidad. Cuando esto ocurría, recordaba varias veces cuando en el callejón de la plaza quiteña, varios toros que saltaron al callejón, pasaron cerca de donde yo me encontraba y, en realidad, eso no se lo deseo a nadie. Novedades, posiblemente, necesarias en este maravilloso espectáculo como es el del toro bravo.
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