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Eminentemente pasional, la fiesta de los toros debe buscar los caminos que la lleven a convertirse en un espectáculo que sobreviva en el siglo XXI.
Es un diestro relativamente modesto como Javier Castaño quien está explorando un camino que parece razonable y que no es otro que convertir la lidia de un toro en un espectáculo completo que empieza con la salida del toro por el chiquero y acaba con su muerte, en el transcurso del cual, todo tiene importancia así como todo tiene sentido.
Existen buenos banderilleros, excelentes peones, seguro que también hay estupendos picadores, aunque sea más difícil de creer, todo consiste en que también haya matadores de toros que crean que el espectáculo debe ser completo durante la lidia del toro y conformen esas cuadrillas dispuestas a huir de la rutina, dispuestos a sentirse protagonistas de un espectáculo que necesita su participación como actores secundarios pero importantes, dispuestos a ser dirigidos por un protagonista que vea que su papel se engrandece gracias a la participación coral en vez de pensar que se empequeñece porque pierde protagonismo.
 No barre para para sí, Javier Castaño, lo hace para engrandecer el espectáculo Tiene Javier Castaño a su favor que no es diestro que compite en la parte glamurosa del escalafón, sino en la serie B donde se valora la dificultad del toro, que no va a desbancar a nadie del negocio, como en su momento pensaron con Esplá, que no entra a competir con los toreros que van desgranando las ferias con un ballet desprovisto de emoción y mediáticamente obsoleto, aunque económicamente parece que rentable.
Incluso en una corrida decepcionante como la de Cuadri, que manseó más de lo esperado, demostró poco poder y estuvo ayuna de bravura, Castaño demostró que puede convertir la lidia de un toro manso en el caballo, aun con un fondo de casta, en un espectáculo que la afición agradece, el público valora, los medios de comunicación difunden y abre un camino para renovar un espectáculo que se desangra entre la rutina de los matadores, la domesticación de los toros y el envejecimiento de los aficionados, que son malos mimbres para hacer un cesto con el que vadear la crisis.
Con esta esperanza me despido, hasta el próximo año, de quienes habéis tenido la paciencia de seguir estos modestos apuntes que sólo pretenden ayudar a disfrutar de la fiesta de los toros que tanto nos gusta a algunos locos, entre los que tan gustosamente me siento incluido.
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