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Seguro que si les digo que lo del Ventorrillo ha sido otro desfile de mansos pensarán cualquier cosa, menos que servidor es original. Mansos y peligrosos, aunque por momentos querían hacer creer que simplemente eran mulos de carga, pero no hay que fiarse de las apariencias y mucho menos si cuentan con la ayuda del viento, que no ha cesado ni un momento. No era un cartel de esos que hacen perder la cabeza a isidro y claveleros, faltaría más, iban a perder ellos el tiempo con toreros que no salen en las revistas. Y mire usted por donde que no ha sido un día para aburrirse, primero por Sergio Aguilar, un torero que siempre quiere hacer el toreo de verdad, sin trampas ni ventajas, aunque a veces peque de un exceso de frialdad y de pretender estirar las faenas cuando ya no hay nada que hacer. Incluso ha tenido un detalle con sabor a torero antiguo, cuando no se ha desmonterado para pasar de muleta a su segundo. Miguel Ángel Delgado le ha plantado cara y ganas tanto a su peligroso primero como al viento, y mientras intentaba torear al natural a su primero, se peleaba porque no se le volara la tela. Quizá se la estaba jugando sin necesidad, pues aquello no tenía razón de ser. Pero si sirvió de calentamiento para el quinto, bienvenido sea, muchas ganas y hasta algún muletazo a tener en cuenta. Y cerraba Arturo Saldívar, uno de los pocos supervivientes de aquella ola de toreros mexicanos que vinieron hace unos años y que se les trató primero demasiado bien para lo conseguido y después demasiado mal, con el resultado final de no haber sido del todo justos con algunos de ellos. No sé si le ha movido a Saldívar algún sentimiento reivindicativo. Pero el caso es que ha dejado claro que quiere hacer ruido y que cuando dice aquí me planto, no le menea ni un huracán, ni el toro. Todavía con mucho que pulir, pero si mantiene ese valor y esa quietud, la oreja conseguida en su primero no será la última.
Juan Navazo banderilleando en el primero de la tarde copia Pero a pesar de estos comentarios con unas gotas de esperanza, he querido detenerme en un torero de plata, que ya en otras ocasiones se ha abierto paso por estos barrios, Juan Navazo, que como en otras tardes, ha demostrado que el que quiere encuentra toro, eso sí, tragando mucha quina. En el primero de la tarde, un toro muy aquerenciado en tablas, al que le costaba un mundo alejarse de ellas dos pasos, pero que cuando las sentía cerca iba como un rayo a su refugio predilecto. En estas el banderillero ha tomado los palos y se ha ido hacia el manso por el pitón derecho, midiendo para cuadrar en la cara, con las dificultades que el toro presentaba para ello. No obstante ha conseguido un buen par y no solo ha sido eso, sino que además ha tenido tiempo para ajustarse la montera cuando estaba en el aire saliendo del embroque. Pero ahí no ha quedado la cosa, ha repetido la misma operación y siguiendo los mismos pasos, con la única diferencia de que el toro le ha apretado más, él le ha consentido y ha conseguido un gran par, mientras veía como el pitón le rozaba el vestido, en un momento de máxima tensión, pero como hay que ser torero para todo, Navazo ha tenido tiempo para colocarse de nuevo la montera en su sitio, no fuera a ser que por una tontería se desluciera alguno de los pares que ha clavado, especialmente el segundo. Que el toreo puede ser peligroso, trágico, verdadero arte, expresión o sentimiento, pero si hay algo que Juan Navazo ha dejado muy claro, es que “no hay que perder la montera".
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