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Estoy casi segura que terminado el festejo de hoy los tres o, hasta los nueve novilleros que han actuado en la feria, o hasta todos los novilleros que existen hoy en el mundo, podrán preguntarse ¿Qué se puede hacer con novillos tan mansos como estos o tan peligrosos como aquellos?
Quedarse lo más quietos y lo más cercanos a los pitones, “pegarse un arrimón” pues. O, meterse al callejón y en la entrevista para la televisión lamentarse por todos los defectos que tiene cada toro. ¿Qué más se puede hacer?, dirán.
Entonces, se quedan como esperando que, la prensa al día siguiente o, la gente que haya estado en la plaza agoten las tertulias y las páginas, exaltando el valor de aquel, o justificando al otro con los mismos argumentos. Es que así es imposible hacer algo.
Arrimarse es una manera de empezar Con la mejor voluntad y la mayor comprensión nos damos cita para la siguiente.
Otra vez. La novillada no ha servido. Así la segunda, la tercera o las que sean. Con algún matiz, porque tal vez el novillo funcionó al principio pero duró poco, o porque tenía calidad pero le faltó fuerza, o porque esto y aquello.
Algún día por fin, sale uno apto para el lucimiento y le cortan las orejas. Meses después otro que de no pincharlo, hubiesen sido otras dos.
Y así, como a golpe de suerte es como han perfilado el sendero.
Esperar que alguno les deje expresar un poco de lo que llevan dentro. Esperar al que les deje dar un palo. ¡Qué duro es esperar!
Esperar en realidad es fácil, pero aburrido.
¿Qué se puede hacer entonces?
No aburrir
¿Y cómo?
Ya hemos comenzado.
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