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Hoy en Las Ventas algunos decían que en la tradicional Corrida de la Prensa, uno de los festejos más emblemáticos en la temporada madrileña, actuaban dos figuras del toreo. Al final, tras las dos horas que duró el espectáculo se confirmó que no, que tan sólo había hecho el paseíllo una figura. Su nombre: Iván Fandiño. Así es, ni El Cid, ni Daniel Luque, el que de verdad se merece la catalogación o etiqueta de figura (tan denostada hoy en día) es el torero de Orduña. Y se merece que lo tratemos así después de demostrar en el ruedo (y no en los despachos) que tiene una actitud y condiciones al alcance de unos pocos privilegiados. Fandiño vino a San Isidro no a pasar la tarde como muchos para luego andar justificándose y poniendo excusas, Iván vino a Madrid a reivindicarse, a pegar un manotazo encima de una mesa (el sistema taurino) coja y en absoluta decadencia. Cuando hablamos de que a la primera plaza del mundo hay que venir a jugársela, te salga el toro que te salga por chiqueros, y haga la tarde que haga, estamos hablando de la actitud del hombre que se viste de luces para después ponerse en el sitio y dominar a un animal jugándose la vida mediante el valor, la inteligencia y la personalidad. Hoy Iván Fandiño, un torero independiente y que pese a estar en alza no rehúye los compromisos y da la cara ante la afición. Y es que, al margen ya de lo meramente realizado cada tarde en el ruedo, este diestro ha seguido apostando por la variedad de encastes y ganaderías en las últimas temporadas. En este instante a Fandiño se le iba la sangre y ganaba la Fiesta, la auténtica Por ejemplo, el año pasado y este, decidió pedir el hierro de Adolfo Martín para uno de sus compromisos en San Isidro. Tampoco hace ascos al resto de divisas del campo bravo. Él sabe en la situación que está (no como otros que viven en un mundo paralelo de luz y color) y, lo que es más importante, es consciente de que para llegar a lo más alto del escalafón y convertirse en una auténtica figura del toreo no vale sólo con cortar orejas y después mandar e imponer en los despachos el billete grande y el toro chico, sino que hay que demostrar que eres el mejor cada tarde, en todas las plazas, compitiendo con el resto de compañeros, y con todo tipo de toros. Los pocos que han conseguido todo eso a lo largo de estos más de dos siglos de Tauromaquia han sido los que realmente han llegado a ser figuras del toreo. Desde los padres de este arte único, pasando por Joselito, Belmonte, Manolete, Dominguín, Pepe Luis, Ordóñez, Camino, El Viti… esos han sido los maestros del arte taurómaco que han escrito con letras de oro las páginas más importantes de la Historia de la Tauromaquia. Ahora el término figura ya se aplica a cualquier matador que, siendo destacado, aún no ha conseguido todos estos méritos. Pero, por encima de todo, está la actitud, el coraje y la determinación de llegar arriba cueste lo que cueste y le pese a quién le pese. Hoy, con esa estocada lograda tras echarse encima de su enemigo, y con la grave cornada sufrida, Iván Fandiño ha dicho alto y claro quién es y adonde quiere llegar. Toda una lección para, por ejemplo, los dos compañeros (el dúo sevillano Cid-Luque) que siguen estando en las ferias pero por intereses y porque no suponen un gran problema para los que de verdad mandan en esto. El triunfo y la sangre de Fandiño hoy en el coso madrileño obligan a una profunda reflexión de cómo está montado este chiringuito y de quién sí y quién no merece el trato de figura del toreo.
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