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Son subalternos y hermanos, el mayor se llama José, aunque es también Otero Grande, el joven es Ángel y es Otero Chico, ambos son orondos, un poco más el mayor, tienen un aspecto más parecido con banderilleros o picadores de tiempos pasados, pero son extraordinarios, con unas portentosas facultades físicas a pesar de sus corpulentas figuras, suelen ir por libre y gracias a ello podemos verles varias veces en Las Ventas cada temporada y siempre son obligados a desmonterarse. Sus conocimientos técnicos, tanto de terrenos como de condicionantes para la lidia son muy superiores a la mayoría de sus colegas de profesión y cuando vemos, como hoy, que figuran en el programa en la cuadrilla de algún jovencito, los del 7 sabemos que nos van a dar un espectáculo excepcional y nos van a deleitar con su profesionalidad, algo que en los tiempos actuales es bastante escaso y difícil de ver. Porque no solamente brillan ellos sino que facilitan enormemente la tarea a su jefe, hoy el inexperto novillero venezolano César Valencia, especialmente con el manso de libro que hizo sexto y al que lidió con maestría Otero Chico y banderilleó Otero Grande, el segundo par al sesgo, pues el toro se había entablerado en chiqueros y no había forma de sacarlo. Ángel Otero saludó tras banderillear al 3º de la tarde La primera vez que tuve conocimiento de estos excelentes subalternos iban en la cuadrilla de José María Lázaro, cuando éste aún era novillero y creo firmemente que gracias a ellos llegó a estar a la cabeza del escalafón inferior e incluso pudo tomar con fuerza la alternativa. Con ellos entonces, un tercer hermano Otero actuaba de picador también. No sé qué pasó después pero el caso es que hubo separación o divorcio y mientras que en la actualidad Lázaro torea poco y lleva otra cuadrilla, los Otero son contratados frecuentemente y siempre nos dan espectáculo.
Los novillos del constructor y fabricante de cascos para motoristas, actualmente ganadero de lidia, don Nazario Ibáñez casi siempre han funcionado bien en Madrid y su aspecto ha sido casi de corrida de toros. Sin embargo, no sabemos por qué, este año eran mucho más pequeños y flojos que otras veces (especialmente los tres primeros), algo que se está repitiendo en la mayoría de novilladas. Los del 7, como siempre pensando mal, creemos que puede ser debido a que como el nivel del toro para las figuras ha bajado alarmantemente en Madrid, si saliesen los novillos de hace un par de años aquí la gente podría decir que hay más trapío que en las corridas de toros. Todos fueron mansos y los primeros más descastados, pero los tres últimos exigieron algo más a los novilleros, especialmente los mansos avisados quinto y sexto. Álvaro Sanlúcar sorteó un inválido marmolillo con el que nos hizo perder el tiempo y el cuarto, más exigente, le desarmó varias veces y no supo cómo poderle. César Valencia tuvo la suerte de llevar a los Otero y gracias a ellos pudo acabar fatigosamente su trabajo, especialmente con el complicado manso, encastado y avisado que cerró plaza, que se revolvía y le buscaba en cada remate. El que mejor estuvo de los tres fue el madrileño Gonzalo Caballero, que posiblemente sea el novillero que más ha toreado aquí en los últimos años. Casi siempre había aprovechado sus oportunidades pero hoy, a pesar de haber podido incluso cortar algún apéndice en ambos novillos, pues el escaso público (un tercio del aforo) le jaleó, todo lo echó por la borda con los aceros, un auténtico desastre. Otro que también tiene que agradecer mucho a su cuadrilla, pues Miguel Martín y “Lipi” brillaron también, tanto en la brega como con los palos. Al final, los del 7 terminamos, otro día más, mojados por la lluvia pero, aunque los novilleros fallaron y se fueron de vacío, al menos habíamos visto una buena tarde de subalternos. Pero sobre todo habíamos visto a los hermanos Otero, quienes son, hasta hoy, los únicos y verdaderos triunfadores de la feria, al menos para algunos del 7. |
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