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Uno que venía dispuesto a hablar de las súper rebajas de las Ventas, de los toros de Bohórquez que parecían mascotas cariñosas; de la sosería insufrible de Juan Bautista, que tiene la poca fortuna de tener que torear en Madrid los días en que le bajan los biorritmos; la chabacanería de Juan del Álamo, que parecía más un caza naturales, yéndolos a buscar a donde estuviera el toro, ya que él era incapaz de mandarle y dejarlo listo para el siguiente pase; o del mérito de Diego Silveti de aguantar una tromba de agua y granizo. Incluso tenía pensado dibujar unas verónicas del salmantino, pero la noticia con que me he encontrado ha desbaratado todos los planes. Pepe Luis, el maestro Pepe Luis Vázquez, ha partido para hacerse un hueco en los carteles del cielo. Allí podrán volver a disfrutar de su toreo todos aquellos que lo vieron aquí abajo. Volverá a maravillar a Manolete con su rizo rubio en la frente o a torear mano a mano con su hermano, Manolo Vázquez.
El cartuchito de Pepe Luis Los aficionados que están allí arriba le volverán a ver y a sentir aquellas sensaciones que han perdurado con la misma intensidad hasta hoy, a través de los relatos de aquel toreo lleno de arte y de gracia que desbordaba el maestro de San Bernardo. uno de los más grandes artistas que fue capaz de crear belleza delante de todos los toros, incluidos los de Miura, algo que nos quieren convencer de que es imposible, pero está demostrado que no. El legado de Pepe Luis puede ser el poner el toreo de frente, esos naturales tomando la muleta con la palma abierta, el toreo de capote con las manos muy bajas, aunque creo que sería un error hacer un juicio excesivamente reduccionista. Por eso no puedo justificar mi elección intentando encerrar su talento y saber del toro en un dibujo, que falta de respeto tan grande. Por eso, el viaje no es de ida y vuelta, lo es sólo de vuelta, sí de vuelta, la que se produce cada tarde de toros en que a una figura o un chaval le atrapa la inspiración y comienza la faena citando con la muleta plegada en su mano izquierda, para desplegarla al aire cuando el toro llega a su jurisdicción. En ese momento nadie se queda en que ese es el “cartuchito de pescao”, siempre añade el apellido “de Pepe Luis”. Precisamente de Pepe Luis, el que no necesitaba apellido, porque Pepe Luis sólo ha habido uno. Y tan grande era, es, que hasta grandes aficionados le pusieron Pepe Luis a sus hijos cómo homenaje al maestro. Que honor y que carga, aunque no dudo que el maestro haya ayudado a llevar esa carga a los hijos de su arte. Va por usted y todos los Pepe Luis a los que dio nombre.
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