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Llegó ‘El Día’ que valía el abono para algunos de los que están en Madrid, y de la feria para algunos de los que pagamos el plus, por ejemplo. Para otros, de allá o aquí, si no era ‘El Día’ no podemos negar que sí se trataba de una de las fechas de mayor interés de San Isidro. Todo ello, antes de.
Cuando trascendió que Talavante se encerraría en Madrid con una corrida de Victorino Martín, la mente trata de sumerjise un poco más. A título personal las conclusiones eran algunas de estas. Porque quería apostar a encaramarse a la cima ya; seguramente el torero sentirá que está en una de esas etapas de la vida en que tenemos certeza de lograrlo todo. Con los victorinos porque gustan en Madrid (ahí ya hay un paso a favor a priori) y, también –tal vez, porque es lo más parecido que encontrará en España con el Saltillo mexicano; ese toro con el que ha logrado una conexión y entendimiento claros –aparentemente; y porque estaba decidido a hacer la diferencia.
Hasta entonces, la supuesta gesta, solo era de palabra. Al final del día ahí se quedó.
Cierto es que unos ni se atreven a proponérselo, pero dar este primer paso tampoco es salvoconducto para ponerse la corona. Por tanto, no se desprecia, se otorga el reconocimiento pertinente para quien decide, al menos por un día, salir de la zona de confort. Anunciarlo es en realidad apenas un guiño, -incluído el intento de innovación publicitaria.
Había llegado el 18 de mayo. Veinticuatro mil personas tenían una cita en Las Ventas. Otros miles más, en casa o en algún bar, frente a la televisión. Los segundos pudimos ver el rostro de Alejandro Talavante en primer plano al pisar el ruedo, al hacer el paseíllo y así el resto de la transmisión. -Una crónica particular-. Los congregados en la meca del toreo, lo ovacionaron para hacerlo saludar en el tercio. Por la tele, se escucharon las palmas, el clarín para anunciar la salida del primero, el murmullo hasta que este salió de toriles y luego el silencio. Lo rompieron, no los olés sino, los pitos ante la impericia del torero extremeño con el primero. En los cinco capítulos restantes pasaría casi lo mismo.
Un encierro de Victorino Martín que decepciona por llegar debajo de lo que se pide en Madrid y de lo que el propio hierro de la A coronada suele enviar a Las Ventas y, por la falta de casta en general.
Ante los seis, Alejandro Talavante incapaz. Entonces una se remonta a las razones que quería encontrar para esta fecha, dos meses atrás.
¿Qué pensaba Talavante que saldría por toriles? Nunca había matado nada de Victorino Martín, pero ¿no los había visto ni por televisión, o alguien no le había contado que no eran lo que suele tener delante? ¿Han perdido estos toreros del toro artista la brújula de tal manera que, solo tienen en la mente al que les obedece, mientras entre ellos compiten por ser el primero en iniciar o hacer la faena de mayor fantasía? ¿Ingenuidad, ignorancia o petulancia?
A todas luces, ni el torero, ni el apoderado-empresa y ni el ganadero, consideraron un estrépito de esta magnitud. Surgían ahora otras incógnitas. Los Victorinos buenos o malos ya estaba ahí. ¿Talavante no pudo por un instante reflexionar la repercusión de su displicencia?
¿Qué pensaría? O se estaba dando de topes, o deseando que todo acabara Por televisión vimos en detalle como los del castoreño barrenaron en los lomos de los seis victorinos. Cuatro, cinco, seis puyazos en el mismo encuentro. Esos planos cerrados también tienen sus desventajas. Por ejemplo, no se aprecia del todo bien si el toro ha sido colocado adecuadamente para ir al caballo, ni el trabajo de las cuadrillas. Sin embargo, la incomodidad se percibía entre todos.
El acontecimiento ha sido un frentazo en el mundo entero. Que si a los seis les faltó o les sobró una u otra cosa, el torero no pudo resolver nada. !Qué alarmante y qué decepción!
Sin ser patidaria de los trucos del mago, creí que hoy reventaría Madrid; que tenía conciencia de la apuesta que había elegido. La ambición fue de palabra, nunca de facto. Una tarde, sólo una. Sólo seis victorinos y olvidarse. Era Madrid, el papel estaba vendido, pero había que romperse la cara, el cuerpo entero y el alma. Alejandro Talavante se quedó en “figura”. -Eso también lo dijo su rostro-. No pudo y tampoco quiso. Si quisiera, hoy se apuntaba a matar todos las corridas de Victorino Martin necesarias hasta sentirse y ser capaz de entender al menos uno.
... unos por creer, y otros por no creer.
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