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La 9ª del abono de San Isidro estaba condenada a ser el preámbulo de la gran tarde de la feria. En tan sólo unas horas, una figura del toreo, Alejandro Talavante, se medirá, en la primera plaza del mundo, a seis astados de la ganadería más importante de las últimas décadas: Victorino Martín. Y todo ello en el marco incomparable de Las Ventas donde ambos protagonistas saben lo que es triunfar y tocar la gloria. Talavante con su mano izquierda, y Victorino con incontables corridas desbordantes de casta, juegan en casa. Madrid les quiere a ambos, Madrid les espera a ambos. Y hoy, como anticipo a esa gran cita, no sólo del ciclo isidril, sino de toda la temporada, la empresa programó una novillada. Además, con la final de la Copa del Rey de fútbol que se disputaba hoy, se intentó colocar en este complicado día un festejo, a priori, de menor trascendencia. Y si todo esto fuera poco, para rematar, la suerte quiso que en vez de primaveral, en la capital de España hoy hiciera un día invernal. Este contexto dejaba la menor entrada en lo que va de feria. Comprensible, aunque triste el ver como tan sólo la mitad del aforo estaba cubierto en un festejo de abono. La peor entrada que se recuerda en mucho tiempo durante la Feria de San Isidro. Pero al margen de todo esto, siempre tienen interés las novilladas en Madrid y más cuando están incluidas en el ciclo taurino más importante de la temporada. Los chavales vienen (o solían venir) a jugársela a una sola carta, entregándose al máximo para la ocasión. Si hay una plaza que da y que quita (y más en el caso de los novilleros) esa es Las Ventas. El cartel de hoy tenía cierto interés, por ver a una pareja que el año pasado resultó triunfal por estas fechas. Guadaira y Gómez del Pilar se volvían a reencontrar en San Isidro después de la tarde de 2012 en la que el novillero estuvo a punto de salir en hombros ante un gran lote de esta divisa. En esa ocasión la espada le privó de abrir la puerta grande más anhelada por los toreros. Por este reencuentro había expectación, al igual que por ver a Juan Leal y Roberto Blanco. Al final, también la novillada, terminó como un petardo. La culpa fue, principalmente, de la ganadería. Guadaira lidió un encierro bien presentado, pero completamente descastado y flojo, con varios animales, además, inválidos. Aunque el tercio de varas volvió a convertirse en un mero simulacro, algunos de los utreros que saltaron al ruedo llegaron como auténticas almas en pena al tercio de muleta. Los chavales mostraron actitud, con desigual acierto y lucimiento, siendo el mejor Roberto Blanco. Pero pese a las ganas que puso la terna, la tarde finalizó condenada al más absoluto de los olvidos. Falta de casta y fuerza, frío, importante cita futbolística (y madrileña por si era poco)… los ingredientes perfectos para el aburrimiento y para que los aficionados que acudieron sólo pensaran en mañana. El sueño de Talavante y el de los aficionados para mañana: Verle a hombros
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