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Desde la televisión ha sido palmario que esta tarde ha sido una de esas en las que parece darse una especie de guerra en los tendidos de la plaza de Las Ventas. Y desde acá se aprecia que son varios los factores que suelen generar estas situaciones.
Un lleno absoluto, dos figuras y un encierro que descubre más de un costado para avivar la animadversión, fundamentalmente. Los primeros dos debieran significar acontecimientos netamente positivos para la feria, para la fiesta y para el mundo taurino. Pero, cuando el actuar del segundo elemento parece estar encaminado a favorecerse a sí mismo en detrimento del todo, tiene que llegar la oposición –un rechazo al mismo tiempo denostado por otros.
En Las Ventas esa oposición parece estar perfectamente localizada: el 7. Una generalidad como regla, que no tuviese excepción.
Con una experiencia casi esbozada en Madrid, sin problema se puede afirmar que, aficionados exigentes los hay por toda la plaza. Lo del 7 es simplemente que ahí se agrupan una mayor cantidad de éstos. Pero también en el siete se escuchan disparates. No todos los que están ahí son expertos ni amargados; y con tanto abono abandonando, hay espacio para otros. Pero dejemos al 7, que no haremos aquí una semblanza de este.
A veces parece que las guerras fueran premeditadas por los protagonistas Decía que hoy ha sido una de esos festejos en los que, exagerando y con un tinte de humor, una se imagina hasta una guerra de pasteles en la plaza. Y es que la disparidad tiene una lógica fincada en el lleno de una tarde del clavel (Con ello no quiero decir que lo malo está en que la gente vaya a los toros, lo subrayo) Me explico.
Por un lado, está un público dispuesto a pasar la mejor tarde de la feria; porque están las figuras, porque sería ilógico pensar que se eligió un mal día; porque están ahí. Existe el opuesto también; el que va predispuesto a que todo estará mal porque es de los peores días: están las figuras y todos los del clavel. Unos con ganas de aplaudir y pasarla bomba, y otros a censurarlo todo. Ni los unos están todos en el 9 o 10, ni los otros en el 7. Por ahí en medio están los medio enterados.
Sin embargo, ninguno de estos son los que le han otorgado la categoría que hace que Madrid sea Madrid. Son los entendidos que están repartidos entre los tendidos. Son ellos, quienes van con ilusión y quienes conocen –de cierto- las diferencias entre un novillo y un toro; entre volumen y trapío; entre aliviarse o pisar los terrenos y comprometer la cornada; entre llevar y torear lo más lejos posible o embraguetarse; entre ir al hilo o cruzarse, entre adelantar la pierna o esconderla; entre la profundidad natural o la inventada; entre acompañar o citar, templar y mandar; entre un espadazo entero y una estocada en la yema; entre la pose o la naturalidad; y así muchos conceptos más.
Eso, conceptos, no modas ni tendencias. Conceptos del toreo, no realidades inventadas, como apuntaba Gonzalo Ortigosa hace unos días. Conceptos en los que caben gustos, no conceptos supeditados a gustos. Todo ello lleva más que un día por la plaza.
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