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La discusión está en si lo importante es el éxito o la torería. El éxito lo da el estar bien con un toro, la torería es estar bien con tu profesión.
Manzanares en la plaza de toros de Sevilla tuvo que dejar pasar cinco toros para conseguir el éxito, el pequeño éxito de torear bien a un toro y eso sin entrar a matizar como era el toro. Chico, manso en varas y poco agresivo, dócil, noble y repetidor. ¿Bravo?, pues vaya usted a saber a que le llamamos bravo. Por la repetición en la embestida lo era, por la falta de agresividad y la escasa pelea en el caballo no, lo que no importó para que un sector de la plaza le pidiera la vuelta al ruedo.
 No era una tarde normal, pero eso fue... o menos La torería, entendiéndola como la lidia adecuada de los toros, incluso como la elección adecuada de los distintos toros para la llamativa corrida, brilló por su ausencia. Manzanares apareció como un torero falto de decisión, que no supo torear al noble cuvillo que salió en primer lugar, que no se impuso con el domingohernández que colocó el segundo.
El victorino que hizo tercero dio la medida de la corrida. Un toro manso, dudoso, que embestía a oleadas o se paraba, que miraba pero metía la cabeza, Manzanares no le rehuyó pero no le toreó, no tiró la toalla pero nunca dio el paso para adelante que le hubiera posibilitado dominarle. Le plantó su muleta al hilo y como el toro apretaba se salía para el segundo pase. Volvía a insistir el torero pero no cambiaba el estilo hasta que ambos, toro y torero, se cansaron y el matador cogió la espada.
Esa fue la tónica de la corrida, Manzanares dispuesto a hacer su faena, la que lleva por las ferias, con la que recorre las plazas y a la que esta vez los toros no se acoplaron.
Manzanares no dio la impresión de dar la corrida por perdida, nunca tiró la toalla, pero nunca pareció decidido a cambiar el rumbo de la misma, con una especie de fatalismo por el que se dejaba llevar. Hasta el sexto, que si bien el torero parecía seguir con su espera, el público de la plaza, que lo ha colocado como un paladín del toreo, decidió entregarse al torero como el torero no se había entregado a él. Quiso la casualidad, el destino, la suerte o lo que sea que el juanpedro que había dejado para el final se acopló al toreo propuesto.
Toreo al hilo del pitón, sin meterse en el terreno del toro, retrasando la pierna para alargar el pase y toreando en redondo para hilar los pases. Toreo tan estético como falto de emoción. La faena la remató con una espléndida estocada en la suerte de recibir.
El público brindó un extraordinario ánimo al torero confiando más que él mismo en su propia capacidad, y propiciando un escaso éxito que evitó el fracaso que parecía cantado por la indecisión o el planteamiento del torero.
Foto: Muriel Feiner
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