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La Ficha del Festejo.
A la memoria de Don Demetrio Castro Gutiérrez.
No lo conocí personalmente. Era el padre de nuestro "jefe", aunque lo entiendo mejor como el padre de un gran amigo y ser humano –en toda su extensión–, y así vislumbro que fue Don Demetrio. Su hijo, me ha llegado a contar algunas cosas de su padre. Por ello, sé que fue un gran aficionado, supo de toros y toreros hasta el final. Por ello, hoy domingo, este nombre más que sustantivo para él, en la plaza, en esta tarde de toros cavilaba sobre el hecho de compartir, dada esa cercanía, esta afición con alguien que naciera hace casi 100 años. Sí, son más las generaciones que conforman nuestra tradición, pero cuando de alguna manera palpamos esa sucesión emociona, sorprende, y además, responsabiliza recibir esta herencia.
Nuestro domingo, herencia de nuestros antecesores El fallo que aprueba que todo tiempo pasado fue mejor, además de injusto, apático, conformista, aniquila nuestras vidas. Aceptarlo, se convertiría también en un rechazo a ese legado. El mejor tiempo es el presente para quien si así lo desea, así lo procura, así lo actua. Una filosofía parecida es la que percibimos esta tarde en la actitud y desempeño de Octavio García El Payo. Este parece no querer imponer su ley solo por su nombre, sino con el aprovechamiento cabal de sus cualidades.
El reencuentro con la afición de La México vino porque El Payo dejó asomar nuevamente esas cinco condiciones escenciales que Guillermo Sureda apunta en su libro Tauromagia: valor, inteligencia-intuición, personalidad y capacidad estética. La bienvenida no fue tal, así como primera prueba del renuevo en las ideas, el queretano brindó a la concurrencia la muerte del primero de su lote. El de Barralva tuvo calidad en las embestidas, movilidad y una buena dosis de boyantía. Luego de comenzar en los medios con cambiados por la espalda siguió con un toreo académico. Recobrar los fundamentos era un buen reinicio. Embarcaba bien al astado, le corría la mano con temple y marcaba los tiempos de cada muletazo. Las primeras tandas fueron cortas, pero poco a poco las series fueron más sentidas y más templadas. Hubo estructura y orden. Otra vez los olés de La México, las palmas unificadas para este torero. A pesar de dos pinchazos, Octavio García El Payo era llamado al tercio por méritos propios.
Así Aunque su quehacer con ese tercero fue más bien correcto, sin desbordarse, sirvió para soltar esa tensión que sostenían torero y afición. Con el sexto pudo fluir mejor la expresión sin abandonar el toreo clásico y el pensar delante de la cara del toro. El cierraplaza fue uno de los débiles del encierro. Perdía las manos y embestía despacito, no sólo por la falta de fuerza, sino también de raza. El Payo entendió las condiciones y necesidades del toro, junto con ello, sintió y transmitió el toreo. Logró torear con mucha suavidad, al ralentí si el astado no detenía su andar; si lo hacía, se quedaba quieto, sin chabacanerías, sin exacerbarse.
Todo es distinto La oreja fue protestada por un sector puesto que la media no fue suficiente para que el toro doblara, sino al segundo golpe de descabello. Sin embargo, este apéndice tiene mucho mayor fundamento que otros otorgados al propio queretano. Si este es El Payo que está decidido a ser, que ha sido capaz de reintegrarse, este es el que tiene futuro como torero.
Sino es empezar de nuevo, si recuperar y crecer Arturo Macías había comenzado la tarde cortando una oreja, también protestada por una faena flojita, como el propio toro que abrió plaza. Al de Barralva además de faltarle fuerza, le faltó emoción. El toro pasaba sin humillar verdaderamente, con un embestida lánguido aunque acompasada.
El quite por saltilleras, que es como un activo fijo en el inventario de El Cejas, no falló. Para iniciar la faena de muleta se fue a los medios. Luego de verse obligado a reducir la distancia con varios pasos, en el segundo cambiado por la espalda el toro perdió las manos. Macías tuvo que consentir en primera instancia al astado, llevarlo lógicamente a media altura y administrarlo. Encontrar la medida entre la distancia y hasta dónde exigirle al toro resultaron quizá las tareas más difíciles de la lidia. Luego de varias series en las que se percibía ese faltante, el toreo hidrocálido consiguió una tanda con la cintura rota que marcó la diferencia entre los olés de murmullo anteriores y estos. La faena no logró más que este despegue y vinieron algunos reclamos del tendido en favor del toro. El cierre con manoletinas y una entera suficiente animaron alguna petición no precisamente mayoritaria.
Activos fijos del inventario El cuarto tuvo una constante que mostró desde los primeros lances, puntear el engaño al final de la embestida. Con la capa, si bien intentó un quite, este resultó muy descompuesto. Y con la muleta, la clase no fue precisamente el sello de su trasteo. Los doblones de inicio parecieron más trámite de libro que un prólogo con poder para corregir y ordenar las embestidas del astado. Esas miradas del toro seguramente influyeron para no confiarse puesto que no pareció que lograra ni encontrar la distancia, la lidia y mucho menos a gusto.
El segundo de la tarde fue el otro de manifiesta debilidad, física y de raza. Aunado además a que recibió dos puyazos en el mismo encuentro, al de Barralva poco le faltó para quedar completamente inválido. Con la capa, intentó recibir con mandiles y luego realizar un quite por chicuelinas que remató luego de bregarlo echádole el capote a los belfos, para sacarlo de la querencia.
Con la muleta, la faena tuvo que ser casi netamente por el pitón derecho, ya que por el lado siniestro se quedaba muy corto. Distancias cortas y quietud fue lo que pudo aderezar el trasteo, para contrarrestar esa flojedad y sosería del toro.
Oficio e imaginación El quinto en cambio fue enrazado. Tuvo ese nervio que logra transmitir al tendido pero sin clase. Sí, se antojó una de esas muletas poderosas, una lidia que sometiera esas embestidas descompuestas, aunque también es verdad que el oficio tuvo mérito.
*Fotografías de Luis Humberto García
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