Porfía de tres toreros con tres venturas diferentes. El Toro reparte suerte y el torero porfía. Así versan las leyes no escritas de la Tauromaquia. Los toros de Victorino Martín no dieron el juego esperado tras tres tristes años sin espaciar en Madrid. Muchos muy justos de presentación. Muchos también con poca clase. Hubo tensión y hubo miedo pero fue más por la porfía de dos toreros que por las tristes almas de los toros. Lejos de los Victorinos que se presentan en Bilbao, muy lejos. Antonio Ferrera comenzó con un natural de bandera y metiendo en el cesto a un toro falto de codicia y querer. Así la faena finalizó encimista y de mala manera en el tercio de muerte. Con su segundo estuvo delante pero sin torearlo. Era violento y fijo pero la faena no tuvo ni alma ni otro interés que el de estar pendiente de un larguísimo pitón izquierdo. Reiteró la mala, muy mala muerte. Diego Urdiales tiene el triunfo ahí, tan cerca y a la vez siempre tan lejos. Sin lote. Serio en su actuación primera. Una plaza con tres cuartos de entrada pendiente de la tensión que creaba el torero ante un enemigo escaso, andarín y gazapón. Una faena de porfía, de culto al canon y de clásica dignidad. Faltaba la cornada que afortunadamente nunca llegó. La muerte, si bien a la tercera, fue más que certera de antología. Su segundo fue un bicho quedo, tan quedo que se convirtió en escultura en el centro del ruedo. Literal. Urdiales se entretuvo rozando los pitones con los muslos, entre las astas, demasiado mandón porque para Madrid tanto mando ante tanta quietud es un abuso. Se jugó su vida y su vida es suya. Urdiales es dueño de su tiempo y de su espacio. La tarde se la llevó Aguilar y ovacionada la muerte del 2º tras la gran estocada Alberto Aguilar disfrutó del lote más afortunado y lo aprovechó como un torero debe, con cabeza con mucho toreo y con un valor brutal. Gran faena de Alberto Aguilar ante un peligrosísimo Victorino. Con los pies asentados al piso cual pilares dóricos, con la cabeza despejada y cada ángulo del cerebro en toreo. Muy serio y muy cabal. La estocada cayó casi delantera y casi caída pero letal. Tan letal que la oreja fue clamorosa. La apuesta benefició al torero, la moneda gritó cara. Con su codicioso segundo la porfía por el apéndice estaba servida. Faena de menos a más que finalizó en menos con una estocada trasera y atravesada. Meritosa tarde porfiadora de Alberto Aguilar. Un Torero.
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