Por favor, no más Puertas Grandes, no más delirios, ni alborotos, hoy no, con este cuerpo jota no creo que lo fuera a poder soportar. Pero qué quieren, dos días seguidos de botellón en la Plaza de Madrid a base de garrafón que más bien parecía alcohol de quemar, no hay cabeza que lo resista. Y eso que por un momento nos temíamos que otra vez se iba a repetir la historia y que el vino peleón iba a rebosar en los vasos. Pero al final solo ha sido un conato sin importancia cuando Daniel Luque cortó la primera y única oreja de la tarde; será porque hoy no se han pintado las rayas de rojo y de blanco ayudan bastante menos. Es lo que pasa con las figuras, que a nada que se pongan reciben un trato de favor que los demás no disfrutan. Que no digo yo que se trate igual a los semidioses que a los simples mortales, pero no sé, que no haya tampoco tanta diferencia. Al menos que pintaran una roja y otra blanca. Sí, eso es, las rayas rojiblancas sobre el ruedo venteño.

Luque de nuevo con su capote

Y no quiero que nadie piense que uno va a arrimar el ascua a su sardina descaradamente, más que nada porque con los Cuvillitos de debió agotar todo lo recogido por la flota de Barbate en las últimas semanas. Esta vez salieron los del Puerto de San Lorenzo, entre los que hubo algunos que asustaban bastante por delante, con leña para calentar una capital de provincia. Por no haber, ya ni toros debían quedar en los corrales, con el ambientazo que había el día de la corrida más importante del año; tanto ambiente había, que hasta tuvieron que contratar un cabestro que hiciera de machaca en la puerta de los corrales. Pero a lo que iba, en la tarde postapoteosis se dieron cita el francés Thomas Dufau, que confirmó la alternativa intentando hacer el toreo, pero al final sucumbió a las modernidades del momento. Le acompañó en un día tan señalado El Cid, que confirmó la alternativa al galo y que su bache sigue en plena depresión. Ya ni la cuadrilla es aquella máquina tan bien engrasada que le preparaba el éxito al maestro. El sevillano se limita a pasear su impotencia por los ruedos, como si fuera un espectro vestido de luces.

El tercero fue Daniel Luque, ese torero que iba para figura, que arrasaba allá por donde iba, por creerse ya esa figura y que no acabó de confirmar lo que algunos, y él mismo, aseguraban que iba a ser una carrera plena de grandes éxitos. No es que yo diga que haya estado colosal, especialmente con la muleta, donde la vulgaridad ha sido lo que más ha caracterizado su tarea, pero en su primer toro nos ha demostrado sus progresos con el capote. Ya lleva tiempo en franca progresión y hoy ha dejado claro que esto no era flor de un día. En el recibo ya dibujó unas verónicas muy lentitas, más bien por la condición del toro, al que metía en el capote con cierto gusto, y sin preocuparse de si los relojes se paraban o se aceleraban. Por unos instantes dio la sensación de estar pensando más en hacer las cosas bien, que en conseguir el aplauso facilón. Hubo un quite tras la primera vara, pero lo mejor fueron las dos que pegó tras sacar al toro del segundo puyazo. Con los pies firmes, sin ceder un milímetro, ha adelantado el capote y poniéndolo horizontal ha embebido la embestida en el lienzo, que ha movido con suavidad y siempre llevando al del Puerto de San Lorenzo. Una y luego otra más igual o mejor que la anterior. AL fin se podía disfrutar con el toreo; y como cierre una media muy abelmontada y con mucho sabor. Ya lo dicen los noctámbulos, que no hay mejor remedio que el toreo bueno para mitigar los molestos efectos de una resaca de garrafón.