Comenzó el nuevo invento de Simón Casas, “La feria del Arte y la Cultura”, un añadido a la de San Isidro pero de abono no obligatorio, con media entrada en los tendidos, demostrando que la afición a los toros en Madrid cada día es menor, pues de ese aforo de unos diez mil que acudieron esta tarde, sólo algo menos de una cuarta parte, el equivalente al 7 (unos dos mil espectadores) eran aficionados asiduos, el resto eran orejeros o isidros que se apuntaron a última hora. E incluso ubicados en el 7 también hubo hoy orejeros de moquero fácil y gritos airados. Pero no eran del 7.

La corrida estuvo bien presentada en general (sólo el segundo desentonó en trapío, era una raspa), con cara pero sin exagerar (salvo el sexto, el más pobre de cornamenta), algunos pelearon bien en varas metiendo la cara abajo y empujando el peto y otros mansearon más claramente. En fin, variada y con matices, con mejor nota que la mayoría que hemos sufrido en el largo serial.

El primero de Curro Díaz llegó a la muleta hecho un marmolillo y a base de mandar e insistir consiguió que repitiese y alargase sus embestidas pero nunca terminó de conectar con los tendidos, fallando a espadas. Y en el cuarto aún fue peor y aunque lo mató de una caída fulminante se le silenció respetuosamente. Y César Jiménez se mostró tan envarado como siempre y su frialdad contagió al público. Nadie comprende quién le ha metido en el G-10.

Y hoy, al cabo de tantos días de feria, por fin un torero cortando una oreja en cada toro ha salido a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas gracias a la generosidad de un palco presidido por un ignorante contable (no había en ninguno de los casos mayoría de pañuelos, sí de gritos) y pésimo aficionado, que ha echado por los suelos el rigor y la seriedad que debe tener esta plaza y quitando la importancia que debe darse a tal honor. En otros tiempos pasados, don Julio, el presidente, mañana habría sido fulminantemente destituido de su cargo. Pero hogaño no pasará nada. Es más, los taurinos (que son los que viven de la fiesta) y los tontos lametraserillos juntaletras que nunca cuentan la verdad sino aquello que les interesa dirán que su decisión fue justa, que había peticiones mayoritarias y que los de siempre (sí, los del 7, que pagamos por ver esto y para que otros vivan del cuento) se jodieron. Pues sí, nos jodimos, nos enfadamos, pero ustedes se han terminado de cargar esto. Así de sencillo, sinvergüenzas. Y no sólo somos nosotros los que debemos defender el prestigio de este coso. También ustedes, taurinos, autoridad, medios, etc. deberían hacer algo al respecto.

David Mora cae y reacciona para ejecutar una larga de rodillas. Lo mejor del día

No hay nada más penoso en Las Ventas que un torero salga a hombros o dé una vuelta al ruedo con una oreja cuando el 7 está diciendo no con el dedo en su mayoría y protestando ruidosamente por el desatino. David Mora, que fue el sujeto en cuestión, sabe que el momento en que todos estuvimos de acuerdo (incluído el 7) fue cuando en sus lances de recibo a la verónica al tercero de la tarde perdió pie y cayó en la cara del toro y él, en un alarde de valor, se hizo el quite improvisando una larga y luego otras dos más, poniendo en pie a toda la plaza. Ahí nadie le escatimó nada y todos aplaudimos a rabiar. Luego construyó una faena más o menos decorosa a un toro con castita y obediente, matando con rapidez aunque no correctamente, pero nunca merecedora del premio que los orejeros pidieron a gritos al palco y éste se plegó a los intereses de la empresa (porque hay que levantar esto como sea). Orejilla benévola y protestada al pasar bajo el 7, por lo que él mismo nos pidió disculpas reverencialmente.

El sexto era un manso y tonto de libro (nobilísimo, le llaman los taurinos), muy flojo de remos y escaso poder, que perdía las manos en cuanto se le obligaba por abajo, aunque su poquita casta le hacía recobrar la verticalidad rápidamente. Tras cada muletazo escapaba buscando libertad y aunque comenzó la faena bajo el 7, el toro terminó yéndose poco a poco hasta terrenos de chiqueros, con el torero persiguiéndole. Y en tal querencia volvió a insistir David Mora, tragándose el manso los muletazos (más apasionados que de calidad), pues allí ya no tenía escapatoria. Y entró a matar o morir sin darle salida, saliendo él prendido y volteado y el toro con una estocada defectuosa trasera y atravesada, por lo que aún tuvo que ser descabellado. Los pañuelos asomaron pero no en mayoría, los mulilleros retrasaron el arrastre y en el último instante el del palco metió la pata y se bajó los calzones de nuevo.

En resumen, al final se decía que, ciertamente, David estuvo muy voluntarioso y toreando muy bien de capote toda la tarde (incluso prendido en un quite por chicuelinas reglamentario al segundo) y terminó estando por encima de ese manso sexto toro, pero ¿es eso suficiente para una Puerta Grande en Madrid? Hay que cambiar el reglamento de esta plaza ya e imponer las dos orejas en el mismo toro. No puede ser que haya que hacer más méritos para salir a hombros en Sevilla, Pamplona, Bilbao o Zaragoza que en Madrid, si queremos que sea la primera plaza del mundo. Cuando el torero salía del ruedo en volandas hacia la calle Alcalá por la puerta entre los tendidos 7 y 8 muchos le decíamos que no con las manos y él nos vió. Claro que nos vió. Lo que no sabemos es si lo comprenderá.