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Los entusiastas del toreo moderno, vulgar y adocenado, pueden estar tranquilos, tienen el futuro más que asegurado. Tres chavales que seguro que querrán ser figuras, sin importarles alcanzar la distinción de matador de toros, son los que renovarán el escalafón cambiando unos nombres por otros, pero sin aportar nada diferente ni esperanzador a la tauromaquia clásica. No puedo decir que me alegre, ni mucho menos, según parece solo me queda aguantar, pero que no esperen que nos resignemos. Novillos de postín, de Fuente Ymbro, como los mayores, y como ellos se desentendieron de la lidia, sin importarles los capotazos de más, sujetar al toro, la colocación y esas cosas en las que los tikismiquis se enredan. Sorprendió Sergio Flores con dos tandas aseaditas de naturales, por bajo, sin levantarle la mano y presentando una posible candidatura para ser dibujado. Es de agradecer ver como un chaval se intenta desmarcar aunque sea mínimamente, de esta modernidad aplastante. Incluso, en caso de dudas, nos regaló una revolera toreando y no lo que es en la mayoría de los casos un agitar gracioso de un trapo grande.
 Raúl Adrada jugándose los alamares Está muy bien reconocer las posibilidades de un novillero que puede llegar a ser, pero si de repente nos topamos con una realidad, creo que hay que rendirse a la evidencia. Esta no ha sido otra que la actuación de Raúl Adrada. Fue en el sexto, en uno de los dos de Navalrosal, un toro que anduvo muy suelto durante toda la lidia, sin que nadie fuera capaz de meterlo en los capotes, en gran medida porque su matador, el ultramoderno Fernando Adrián se ha desentendido de lo que allí pasaba. El tercio de banderillas no se presentaba fácil, un animal que vagaba a su antojo por la arena y al que Raúl se ha enfrentado con mucha decisión. Bastante complicado era ya ponerse en su camino, pues se corría el riesgo de ser arrollado. Un primer par dejando llegar mucho al novillo, dándole muchas ventajas, cuadrando en la cara, para meter las manos, clavar los palos y salir con ciertos apuros por la acometida del animal que veía cerca la presa. Pero mejor fue el segundo par, con más concesiones al toro todavía, con mucha pureza y volviendo a dejar el par en todo lo alto, dejando que casi le rozara, si es que no lo ha hecho, los alamares del vestido con los pitones. Un instante de gran dramatismo, que se ha desvanecido cuando el torero ha salido del par, como si aquí no hubiera pasado nada. Eso es el toreo, que un hombre conoce y asume los riesgos, que los toma con todo convencimiento y que sale con bien del compromiso, haciendo ver que eso es coser y cantar: En cambio, el que lo ve, sabe de la dificultad, del peligro y piensa que eso está reservado solo para toreros de verdad. |
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