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Cuánto ha cambiado el mundo de los toros. Los toreros que no saben torear y mucho menos lidiar; los toros que ahora tienen que colaborar y si no, no valen o lo que es peor, les llaman imposibles; la feria que ha perdido el interés de otros momentos; ya, ni las broncas son lo que eran, cuatro ¡uuuuuhhs! Tres voces altisonantes y poco más. Y cuando un matador pega un petardo tan rotundo como vergonzoso, ya no hay “profesionales” que se lo sepan “agradecer”. Después de la espantada o inhibición de Julio Aparicio, éste solo ha tenido que escuchar un corto abucheo al finalizar su labor en el cuarto y otro al abandonar la plaza. Almohadillas desde los tendidos de sol y unas cuantas al acercarse a la puerta de cuadrillas. Ni presencia de la policía con sus escudos, ni esa granizada sin freno de almohadillas al entrar en el túnel.
Habrá quien crea que el que escribe es un sádico que disfruta con la violencia; no, ni mucho menos y nada más alejado de mi forma de manifestar una protesta. Me parecía mal cuando veía lo que sufrían Curro o Paula, y me parece mal lo de hoy, tenga la intensidad que tenga el alboroto. Lo que sí es muy significativo es el estado de adormecimiento de la afición a los toros, la escasa exigencia durante la corrida y el tener asumido ese pésimo “Esto es lo que hay”. Ney Zambrano a punto de tirar el palo Pero no todo ha sido tan negativo, no. Hemos podido contemplar como se fija un toro, hecho que se ha producido en los dos del lote de Julio Aparicio, primero por parte de Ángel Otero y en especial en el cuarto, por el bien hacer de Fernando Téllez. Pero no es aquí donde ha saltado la chispa de la inspiración; ésta ha llegado en el tercero de la tarde, el castaño, cuando se ha arrancado al caballo con alegría, con ese gesto que parece que hace crecer a los toros a partir de los cuartos delanteros, como si la fuerza que van a desarrollar tirara de ellos hacia adelante y hacia arriba, incitándoles al galope en dirección al caballo. Y no ese gazapeo ligero que ahora enloquece a las masas y que las hace confundir esto con la bravura. La verdad es que en la segunda vara y antes de la arrancada, el del Ventorrillo estaba escarbando y olisqueando la arena. La meta era la vara de parar que magníficamente ha manejado José Ney. En lugar de sacar la caña de pescar, ha tirado el palo, lo ha recogido ya apoyado sobre el morrillo del toro y llevando las riendas del caballo con mano firme. ¡Al fin! una vara como debe ser, una excepción que debería exigirse que fuera la regla.
Lo demás poco o nada ha tenido para detenerse ni en hacer un monigote. Aparicio de supervisor en la lejanía y de tumba vacas cuando no había más remedio. Curro Díaz se ha estrellado con un ganado que no servía ni para hacer longanizas y Gallo alejando dudas sobre esa anunciada resurrección. Porque que nadie olvide que torear no es liarse a hacer recortes y remates con capote y muleta. Torear es mandar en la embestida del toro, templarla y dirigirla a dónde se quiere dejarle colocado para el siguiente pase, pero sin que constantemente sea enganchada y sin pegar banderazos al aire en el momento del remate. Pero bueno, ya lo decía al principio, todo ha cambiado y ya ni las broncas son lo que eran.
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